Trump, de «trumpazo» en «trumpazo»

Roberto Blanco Valdés
Roberto Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

17 feb 2017 . Actualizado a las 08:53 h.

Desde que en 1789 llegó a la presidencia de Estados Unidos uno de los padres fundadores de la entonces flamante Unión americana, George Washington, hasta la entrada en la Casa Blanca hace unas semanas del presidente Donald Trump, ha habido 44 norteamericanos que han ocupado la presidencia del que es, desde hace décadas, el país más poderoso de la Tierra. 

Y ello ha sucedido con una cadencia de cuatro años, salvo en los supuestos de dimisión o fallecimiento del presidente, lo que hace de EE.UU. un caso único en la historia. Sin más revoluciones que la de Independencia y más guerras internas que la de Secesión, Norteamérica ha sido, sin duda, el país políticamente más estable del mundo desde finales del siglo XVIII.

Entre tantos presidentes ha habido de todo, claro, salvo una presidenta: reaccionarios (como Andrew Johnson) y progresistas (como Franklin Roosevelt); oscuros (como Ford) o brillantes (como Kennedy); honestos (como John Adams) y corruptos (como Nixon); ignorantes (como Reagan) y de vastísima cultura (como Wilson); presidentes, en fin, que cayeron en el olvido (como Tyler) y que se convirtieron en mitos universales (como Lincoln).

Lo que no ha habido, hasta ahora, en EE.UU. al frente del país es lo que mi querido padre, si viviera, calificaría sin dudarlo: un badulaque. Porque Trump no es solo un nacionalista, un populista, un machista, un xenófobo, un bocazas y un hombre que confunde la autoridad y el matonismo. Es también, y ahí reside en gran medida su peligro para los habitantes del planeta, otras dos cosas: un individuo que carece del más mínimo criterio, tanto en política interior como exterior, lo que lo lleva a moverse a trumpazos, dependiendo del humor con el que se haya levantado o de la opinión del consejero de turno que acabe soplándole al oído; y un político decidido a gobernar su país como una empresa, lo que teniendo en cuenta su trayectoria empresarial pone los pelos como escarpias y lo que, probablemente, explica, además, el bochorno insuperable de que altos cargos de su Administración hagan publicidad, desde su puestos, de productos que venden las empresas familiares del nuevo presidente. ¡Rien ne va plus!

Con mayoría en las dos Cámaras del Congreso y un control probable del Tribunal Supremo si el Senado confirma el nombramiento de Gorsuch para el cargo de juez que está vacante, solo cabe confiar en los otros equilibrios del sistema americano (ahí está el juez federal de Seattle que ha suspendido la orden presidencial sobre el no ingreso en el país de los ciudadanos procedentes de siete Estados musulmanes) y en el sentido común del Partido Demócrata, que debería fijarse como principal estrategia de futuro agrandar el bache entre el Partido Republicano y Donald Trump.

En Estados Unidos es muy difícil -su historia lo demuestra- censurar a un presidente. Por eso lo que queda es impedirle gobernar a lo loco, en grave daño de su país y de todos los otros de la Tierra.