Patatas

Carlos Agulló Leal
Carlos Agulló EL CHAFLÁN

OPINIÓN

17 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Una de las primeras obras conocidas del genio posimpresionista de Vincent Van Gogh es el cuadro Los comedores de patatas. El título lo adoptaría más de un siglo después Manuel Rivas para contar la historia de Sam, un adolescente que viaja en zigzag por ese territorio en el que, todavía hoy en Galicia, se desdibujan los límites de los rural y lo urbano. La polilla guatemalteca, que como si fuera una jeringa clavada en las venas de Sam, arruina las cosechas familiares de patatas en decenas de aldeas, nos devuelve una imagen de la Galicia poblada por comedores (y cosechadores) de patatas.

Un retrato sociológico y también psicológico que refleja hasta qué punto puede conmocionar la prohibición de plantar, recoger y comercializar patatas en Galicia. Sucede en la franja norte de las provincias de A Coruña y Lugo, curiosamente un área que no integra a las grandes zonas productoras de la patata con denominación de origen, pero que está encajando con dolor el golpe que supone para la tupida red de economía informal que aún nos ayuda a sobrellevar una realidad a veces disfrazada de estadística. Como que seamos la comunidad con las pensiones más bajas.

Contaba Van Gogh que con su cuadro primerizo de la familia comiendo patatas quiso ensalzar a la gente sencilla que toma el alimento con las mismas manos que labra la tierra. Una imagen de finales del XIX en los Países Bajos que, más por arraigo que por pura necesidad, ha llegado hasta nuestros días en Galicia. Por eso, además del desastre económico que supondría la extensión de la plaga a las grandes zonas productoras, la polilla de Guatemala está horadando las patatas y, en cierto modo, el alma de los gallegos.