Con él llegó el invierno

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

21 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

En el preámbulo de esta columna me pregunto qué puede aportar un escritor gallego al asunto del día. Es poco en lo político, por la lejanía e inmensidad de EE.?UU. Por eso no centraré ahí mi reflexión de sábado, sino en lo humano, mucho más común y transversal que la gestión administrativa y sus diatribas. Incluso alguno se preguntará de qué conozco a Donald Trump para hablar de él. Lo mismo que conocía a Borges y, sin embargo, he escrito su biografía. Los escritores somos lo que escribimos, por eso conozco tan bien al autor argentino. Y los políticos son lo que dicen y lo que hacen. Y desde ese trampolín llego al invierno, o sea, al nuevo presidente de los Estados Unidos.

El invierno tiene su cosa nostálgica, áspera, de cuento de Fole, pero en los días de sol o de hielo o de blanquísima nieve se congratula con nosotros. Otra cosa es el invierno de fango y barro, húmedo hasta los huesos, con sus nieblas y sus malos humores. Ese no lo soporto. El invierno que me desagrada (que detesto y me repugna y me vulnera, debo decir) empezó en noviembre del 2015. Entonces, el periodista de The New York Times Serge Kovaleski, que padece artrogriposis, una discapacidad física que le impide mover sus brazos normalmente, fue el objeto de la burla de Donald Trump. Trump imitó sus movimientos y su modo de hablar de forma despectiva e hiriente. Un ser humano que hace algo así es, sencillamente, despreciable: porque tomar la enfermedad como motivo de burla es una vileza. No se quedó ahí el invierno. Siguió avanzando con su lama, como decimos los gallegos. A los mexicanos, tomando la parte por el todo, los descalificó diciéndoles que eran violadores y narcotraficantes. Ser mexicano, para Trump, es causa de menosprecio. Ser musulmán, también. Por eso pedía que se prohibiese a los árabes su entrada en América. El lugar de nacimiento importa. Quizá por ello dijo que Obama había nacido en Kenia y no en Estados Unidos. ¿Es eso tan relevante? Si nos pueden lacerar por el lugar donde nacimos o por nuestras marcas genéticas o ideológicas, la historia se da la vuelta y nos lleva al lugar más inhóspito de nuestro pasado. Recuerden.

Las mujeres son para Trump, o eso parece, otro objeto de desdén y ultraje. A su compañera de partido Carly Fiorina le dijo: «Mira tu cara. ¿Alguien puede votar por eso?». Y cuando lo acusaron de acoso sexual se explicó con una frase que quedará en el glosario de la sandez humana: «Cuando eres una estrella, ellas te dejan hacerles cualquier cosa. Agarrarlas por el... (me niego a escribir aquí tal zafiedad)».

Podría aducir más argumentos para concluir. No lo voy a hacer. Son suficientes para la coda final: el problema de Trump para el mundo no es político, en realidad la democracia americana posee resortes para contrarrestarlo, sino de índole deontológica o moral. A un hombre que piensa así no podemos verlo todos los días en los noticiarios.