¿Alcanzaremos al fin la «pax romana»?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

08 ene 2017 . Actualizado a las 09:29 h.

La que encabeza esta columna es la gran pregunta que planea sobre la política española cuando el 2017 acaba de empezar. Y es que la gravísima crisis que atraviesa el Partido Socialista se ha traducido, de hecho, en el comienzo de una extraña pax romana que, como la que vivió durante más de dos siglos el imperio, podría contribuir, si se alargase en el tiempo, a asegurar la estabilidad política y favorecer el crecimiento de la economía, condiciones las dos indispensables para la consolidar la salida definitiva de la calamidad en la que llevamos atrapados una década.

Las dudas sobre la perdurabilidad de la colaboración parcial entre el Gobierno y el PSOE, llave de la gobernabilidad en la presente legislatura, proceden de una realidad cuyo desconocimiento podría conducir solo al desastre: que la política actual del Partido Socialista no es el fruto de la virtud sino de la necesidad. Me explico. Hundido en un conflicto interno sin precedentes desde su legalización, gobernado por una gestora, sin líder y en gran medida sin política, el PSOE se ha apuntado a la estabilidad no solo, o, mejor, no tanto porque crea que eso es lo que España necesita tras un año de Gobierno en funciones y dos elecciones generales sucesivas, sino porque la única alternativa a la estabilidad -la ingobernabilidad, a la que seguiría una inmediata convocatoria electoral- sería ahora para los socialistas españoles un suicidio.

El olvido de tan peculiar contexto político podría llevar a una falsa conclusión, que pudiera ser en realidad un espejismo: aquella según la cual la gobernabilidad estaría sin duda asegurada para la legislatura que debe terminar mediado el año 2020.

¿Un espejismo? Quizá, pues en cuanto la situación interna del PSOE llegue a mejorar -lo que hay que desear por el bien de todos que se produzca cuanto antes-, deberán enfrentarse los socialistas españoles al dilema de verdad que llevan varios años eludiendo con el desastroso resultado que está bien a la vista: si quieren ser un partido de centro izquierda, con vocación mayoritaria o si, por el contrario, renuncian a ese proyecto, que fue el que llevó a los socialistas a gobernar entre 1982 y 1996, y quieren convertirse en el primer partido de una izquierda completamente fragmentada, en la que el PSOE podría como mucho aspirar a liderar una coalición con la extrema izquierda antisistema y el nacionalismo independentista, el único que existe ya en nuestro país.

Si los socialistas optasen por la segunda alternativa, solo cabe esperar un deterioro acelerado de la situación política, que, más pronto que tarde, conduciría inevitablemente a nuevas elecciones. Pero si lo hiciesen por la primera, nada sería peor para el PSOE que formar un bloque de oposición con Podemos y sus confluencias, la ex CiU, Bildu y ERC, destinado a evitar que Rajoy pueda gobernar. El futuro, pues, de nuevo, y para su desgracia, está en manos del PSOE.