Ni tiempo ni hora se atan con soga

Javier Guitián
Javier Guitián EN OCASIONES VEO GRELOS

OPINIÓN

02 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Muchas de las fases y procesos del ciclo de vida de las plantas están influenciados por factores ambientales. La aparición de las flores o la germinación de las semillas, por ejemplo, están en muchos casos determinadas por el número de horas de luz u oscuridad, o por niveles precisos de temperatura. Existen, también, sistemas de clasificar las plantas que utilizan como criterio fundamental como estas, y de manera concreta sus órganos de renuevo, hacen frente a la estación desfavorable.

Pues bien, tal como yo lo veo, a nosotros nos ocurre algo parecido de tal manera que nuestro ritmo diario está bastante relacionado con el número de horas de luz en la época en que estas son limitadas: el invierno. Así por ejemplo, en algunas áreas del centro y norte de Europa la duración del día en estas fechas es 2 o 3 horas menor que en ciudades situadas más al sur, como Alicante por ejemplo. Si lo piensan, nuestros ritmos no son tan diferentes de los europeos del norte ya que, independientemente de la hora oficial, tanto unos como otros cenamos 2 o 3 horas después de la puesta del sol. No digo que sea mejor ni peor pero, visto así, nada veo de anormal en nuestras costumbres.

Cuestión bien diferente es el final de la jornada laboral en nuestro país y la conciliación, aspectos que la ministra de Trabajo dice que va a abordar en esta legislatura. Veamos, según datos publicados en los medios, el cincuenta por ciento de los trabajadores activos en España ya finalizan su jornada laboral antes de las seis de la tarde o a esa hora. De los restantes, más de tres millones trabajan los fines de semana y un número similar lo hace a turnos o son fijos de noche, en general, en sectores de difícil reconversión horaria (industrias, sanidad, seguridad, transporte, etc.). Si estos datos son fiables, resulta absurda la pretensión de abordar la cuestión de la conciliación centrándola en que todo el mundo salga a las seis y cene más temprano.

A pesar de ello, para facilitar su labor, le daré unos consejos a la ministra. En primer lugar, para no estrellarse, hay que distinguir entre la duración del día, y algunas costumbres vinculadas, el horario oficial y el horario laboral. Me permito recordarle que cambiando la hora oficial no cambiará la duración del día, para esto tendría que modificar la posición geográfica de nuestro país y yo, sinceramente, no lo veo.

En segundo lugar, sobre el sector de población susceptible de modificar su horario laboral, la cuestión no es que uno salga o no a las seis: muchas personas comen en su casa en las pequeñas ciudades, y eso también es conciliar, aunque salgan más tarde del trabajo.

Lo que tiene que hacer la ministra es centrarse en analizar la calidad del empleo, luchar contra los cambios arbitrarios de jornada y los contratos-despidos de horas y, finalmente, reflexionar sobre cómo su propuesta repercutirá en los tres millones de autónomos; en resumen, pensar antes de hablar.

Sin duda habrá que racionalizar muchos horarios pero no se me ocurre mejor forma de favorecer la conciliación que mejorando las condiciones laborales. Mientras eso no cambie, mientras el trabajo no sea estable, bien remunerado y previsible, pensar que las cosas van a cambiar por cenar a las siete es una estupidez. Como siempre, el refranero nos alertó hace mucho: «Ni tiempo ni hora se atan con soga».