Rajoy ya triunfa en todos los frentes

OPINIÓN

02 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Si Mariano Rajoy no hubiese hecho un balance triunfalista sobre el año 2016 habría mentido gravemente. Y, lejos de dar la sensación de ser un gobernante con la mente serena y los pies sobre la tierra, nos habría dejado con la preocupación de estar dirigidos por un pusilánime y acomplejado gregario que no fuese capaz de reconocerse como el único líder que, contra todo pronóstico, salió intacto y reforzado del charramangueiro bloqueo que paralizó el país. La razón por la que la oposición falsea el significado primigenio de triunfalista, para tildar al presidente de optimista exagerado -segunda acepción de la RAE-, hay que buscarla en los disparatados relatos que dominaron el discurso electoral del 20 D y el 25 J, cuya esencia consistía en afirmar -como papagayos- que la economía se había hundido, que la gente estaba en la miseria, que los servicios públicos se habían privatizado, que el sistema de la Transición había colapsado, que el bipartidismo se había disuelto en su propia corrupción, y que ya era hora de entregarle el poder a unos populistas pipiolos que proponían una revolución antieuropeísta, anticapitalista, confederalista y republicana. Una sarta de memeces que, observadas por el retrovisor, ponen los pelos como escarpias. De aquel discurso participaron con entusiasmo algunos medios de comunicación, muchas tertulias, bastantes politólogos y un sinfín de economistas académicos que llegaron a convencernos de que se pueden marcar goles sin bajar a la cancha, y de que la Champions se puede ganar sobre las pizarras.

También participó, digámoslo con dolor, buena parte del PSOE, que, bajo la dirección de Sánchez, llegó a soñar con pescar el poder en el río revuelto del bloqueo. Y es esa enajenación transitoria de catastrofismo y renovación la que hace tan difícil aceptar el evidente balance de Rajoy, que sin más esfuerzos que el de aferrarse a lo obvio, lo posible y lo consolidado, y ganar limpiamente -aunque no sobrado-las dos elecciones, metió al PSOE en su catarsis, le quitó el velo a Podemos, desinfló por la válvula -sin pincharlo- el infantil pavoneo de Rivera, y sentó las bases para un Gobierno pactado, sin demoliciones suicidas ni inventos del TBO. Por eso sería grave caer en una nueva ensoñación para afirmar que a Rajoy lo salvó su pasotismo. Porque la firmeza de Rajoy rozó la excelencia y el heroísmo políticos, y porque la demencia transitoria que sufrió el país redujo a poco más que testimonios a los que estuvimos dispuestos a apostar -con él- por la racionalidad y el orden, y contra el estéril bloqueo que quiso erigirse en alternativa.

Por eso acierta Rajoy siendo triunfalista. Porque ha vencido y convencido. Y porque esta inmersión en el realismo político es la receta que necesita España para regresar con vigor a la senda de la convivencia y del progreso.