Cuando la Justicia bordea la tortura

OPINIÓN

17 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Todo apunta a que los euros malversados en el proceso independentista de Cataluña -es decir, dinero gastado en conceptos que no figuran en el presupuesto, o dedicado a ejecutar actos manifiestamente ilegales- superan ya los 150 millones; y que los daños inferidos a Cataluña y España, a causa de las trapalladas de Mas y Puigdemont, hay que valorarlos en miles de millones de euros. Pero ningún juez se va a atrever a procesar a nadie por malversación, ni a parar en seco a las tramas organizadas de prevaricadores institucionales que se rebelaron contra la Constitución y las leyes que juraron aplicar. Y yo lo entiendo. Porque nuestros códigos penales, y nuestro Poder Judicial en su conjunto, están pensados para perseguir y castigar a cuatro mataos que rompieron una cutre foto del rey, o a investigar a dos honradas maestras de Ribadeo a las que la envidia -perfectamente secundada por jueces acomplejados, autistas e incompetentes- martirizó durante cuatro años por diferencias contables -finalmente descartadas- de 139 euros.

Los romanos ya decían -summum ius summa crux- que, cuando la Justicia queda reducida a un fato de pejigueros juzgando una fruslería (la frase es de Cicerón, aunque la traducción es mía), el daño infringido a las personas, a la comunidad, al derecho y a la convivencia moral y honrada es infinito. Pero claro, dado que los romanos también decían fiat iustitia et pereat mundus, y teniendo en cuenta que vivimos en una democracia en la que cada cual lee y aplica lo que mejor le viene en gana, todavía quedan jueces que, en vez de dejarse aconsejar por el sentido del ridículo, o por el concepto de justicia que tenían cuando eran parvulitos, siguen apostando -con orgullo y contra el mundo- por esta justicia infinita, absoluta, apodíctica y estúpida que está llevando a España a una degradación insostenible de todo lo pequeño, y a una creciente impunidad en todo lo importante.

Las profesoras Lurdes y Maricarmen Marqués fueron clavadas en la suma cruz de la suma justicia. Y sienten abatido su prestigio, pisoteado su honor y destrozadas su profesión y salud por el infausto viacrucis que les obligaron a protagonizar.

Por eso yo -que sé mucho de esto- me atrevo a enmendar sus sentimientos y penas, para proclamarlas heroínas de la resistencia del pueblo ante la gravosa y humillante incompetencia de las instituciones del poder, para decirles que somos muchos los que las admiramos y sentimos con ellas el dolor de cuatro años de duro vapuleo, y los que esperamos que su empeño en llevar alta su cabeza, y salir de allí coronadas, pueda favorecer la reflexión seria y normal que necesitamos para evitar que todos los tramposos y malintencionados del país encuentren en la Justicia una oportunidad y un manejable aliado para hacer efectivas sus miserias y canalladas.