Estado de emergencia: Galicia se desangra

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

15 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta vez quiero ser alarmista, porque hay sobrados motivos de alarma. Si nuestras autoridades se parasen a examinar la última estadística demográfica publicada por el INE, a estas horas ya habrían decretado el estado de emergencia nacional gallega. Baste, como aperitivo, este botón de muestra: el año pasado Galicia perdió el 0,5 % de su población. Catorce mil gallegos menos, 38 desaparecidos cada día del año, y la hemorragia va a más. El resto de España ofrece una imagen menos dramática. El territorio que se extiende más allá del Padornelo ganó 2.845 habitantes en el 2015, a razón de ocho por día, cifra positiva pero insignificante en relación con los 43,7 millones de personas que lo habitan. España se estanca, Galicia se desangra.

Alarmista sí, pero me niego a caer en el fatalismo. Bien sé que padecemos las secuelas de la sangría migratoria de antaño, que somos un país envejecido, que nuestros mayores -la cuarta parte de los gallegos superan los 65 años de edad- tienen el mal gusto de morirse y que cada vez asistimos a más funerales y a menos bautizos. Que el problema viene de lejos y tiene rasgos estructurales, de acuerdo, siempre que tal reconocimiento no implique resignación. Acepto también que los esfuerzos por levantar la alicaída tasa de natalidad, desde las ayudas a la maternidad hasta la conciliación de la vida laboral y familiar, tal vez no sean estériles, pero dudo de que sean determinantes. Equivalen a los cuidados paliativos que se prestan al moribundo. Estoy convencido, por el contrario, de que la anorexia de Galicia solo podemos combatirla en el terreno de la economía productiva y de la inmigración. Oportunidades de empleo y puertas abiertas. No conozco otro fármaco que nos permita sobrevivir como pueblo.

La experiencia de los tres primeros lustros de este siglo debería servirnos de guía. Desde el año 2001 hasta el 2011, la población gallega creció ininterrumpidamente. La inmigración, aunque menos intensa que en otras zonas de España, no solo incrementó el número de habitantes, sino que rejuveneció el país e hizo repuntar ligeramente las tasas de natalidad. La crisis económica, que destruyó 159.900 empleos en el período 2008-2015, quebró esa tendencia ascendente. Marcharon miles de inmigrantes, se fueron miles de gallegos hacia otras latitudes y se reanudó la hemorragia secular de un país con vocación de geriátrico.

El impacto no fue inmediato. En el primer cuatrienio de crisis, el número de entierros superó en 30.000 al de nacimientos, pero entraron 47.000 personas más de las que salieron y Galicia incrementó en 17.148 el número de habitantes. En el último cuatrienio cambiaron las tornas. Tanto el saldo vegetativo como el saldo migratorio fueron negativos -el primero eliminó a más de 43.000 vecinos, el segundo expulsó a más de 8.000 residentes- y Galicia perdió 51.248 habitantes, casi el 2 % del total, entre el 2012 y el 2015. A este ritmo, antes de que transcurran dos siglos, nuestros bisnietos apagarán la luz en este rincón de Europa.