Grandes futbolistas, diminutos ciudadanos

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

11 dic 2016 . Actualizado a las 09:16 h.

Lo que vamos sabiendo a través de periódicos y revistas sobre el fraude fiscal en el deporte -en el futbol sobre todo- demuestra hasta qué punto gran parte de la sociedad ha acabado por adorar, como si fueran los mayores ídolos modernos, a unas cuantas personas que en absoluto se merecen el aprecio y el respeto social del que disfrutan. Aunque desde una cierta perspectiva de justicia resulta incluso escandaloso que un grupo reducido de quienes demuestran gran habilidad a la hora de correr y jugar a la pelota ganen cantidades indecentes de dinero en una sociedad que paga cútremente a profesionales muy cualificados que realizan labores de primerísima importancia para todos, sé muy bien que nada hay que decir a ese respecto, pues tales son las reglas del mercado. Es la ley de la oferta y la demanda, que produce muchas cosas buenas y algunas cosas malas. Mucho más escandaloso me parece, sin embargo, que las fabulosas ganancias de ciertos futbolistas que no cumplen con sus obligaciones tributarias suelan verse multiplicadas por la publicidad. Y es que lo que los convierte en reclamos publicitarios de grandísimo valor para quienes a precio de oro se valen de su imagen es precisamente el hecho de que se hayan convertido en modelos sociales a imitar.

Fuertes, guapos, sanos, jóvenes, rodeados de bellísimas parejas que nos enseñan a los pobres mortales como una posesión más al lado de automóviles fantásticos, a casi nadie parece importarle que estos nuevos gladiadores sean en realidad unos tipos insolidarios, unos diminutos ciudadanos que desprecian el hecho de que los grandes servicios que constituyen el soporte de la sociedad del bienestar solo pueden mantenerse con las aportaciones de los contribuyentes.

Resulta, de hecho, una insufrible paradoja que muchísimos de los aficionados al fútbol, que han convertido a las estrellas de ese deporte en multimillonarios gracias en gran medida a un apoyo popular que les permite obtener ingresos publicitarios increíbles, sean modestos contribuyentes.

Cuando estos aplauden a sus ídolos están jaleando sin saberlo, o incluso sabiéndolo, a quienes se ríen de ellos con un descaro ignominioso.

Si un político conocido o un empresario relevante defrauda presuntamente a hacienda se convierte en un apestado social, en un muerto civil al que todo el mundo se considera con derecho a denigrar del modo más cruel. Pero si el defraudador -presunto, sancionado o condenado-, es un futbolista puede quedarse tan tranquilo.

El público seguirá aplaudiendo sus hazañas, los patrocinadores utilizando su imagen como si nada hubiera sucedido y su club mostrándolo como un auténtico titán. Y así, ante la cara de tonto de los aficionados, la rueda de los millones de la que todos se aprovechan (clubes, futbolistas y patrocinadores) no deja nunca de girar.