Amenaza del populismo y democracia vengativa

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

09 dic 2016 . Actualizado a las 08:21 h.

Muy mal iremos si los políticos sensatos que deberían enfrentarse con coraje a la ola de populismo que quiere arrasar las grandes conquistas sobre las que se construyó la civilización que disfrutamos son incapaces de oponerse por egoísmo, afán de poder o cobardía a la locura que hoy nos amenaza. ¿Que cuál locura? No tiene duda: la de quienes hacen análisis tan simplificadores de los problemas que han de resolver los Estados democráticos y las sociedades de bienestar que son luego incapaces de proponer soluciones más allá del puro disparate.

Haber elevado la más tosca demagogia a lo altares: tal es la gran aportación a la política actual de los populismos extremistas de izquierda o de derecha: «Los inmigrantes constituyen una amenaza para el trabajo y la seguridad» frente al Welcome immigrants; «La gente tiene siempre la razón» frente a «Los votantes están manipulados»; «Lo importante es repartir la riqueza, no crearla» frente a «Los impuestos son un abuso del poder»; «El orden es un enemigo de las libertades» frente a «La libertad es el origen del desorden». Sobre tales simplificaciones de problemas complejísimos, abiertamente retrógradas o falsamente progresistas, sobre memeces del estilo, se ha construido un discurso que va del buenismo y el más necio sentimentalismo al espíritu reaccionario hipernacionalista e insolidario.

Y con eso hemos de lidiar. De hecho no solo con eso, sino también con la que hay ya que denominar con toda claridad una democracia vengativa: la que explica el castigo a David Cameron por su irresponsabilidad al convocar un referendo demencial, que partió a su país en dos mitades y sometió un problema complejísimo a la enloquecida dicotomía del sí/no. La misma democracia vengativa sin la cual no es posible entender el resultado del referendo italiano, igual de irresponsable y demagógico en las motivaciones de quien lo convocó que el celebrado en Gran Bretaña.

Y es que los políticos y los partidos, de quienes tenemos derecho a esperar que resistan a la actual ola populista, han decidido arriar sus convicciones y, por su mala cabeza o su frivolidad, han convertido el instrumento referendario, sin querer enterarse, en una de las armas más potentes de la democracia vengativa. Los convocantes de los referendos llaman a las urnas a los electores con engaño para que voten en realidad sobre algo muy distinto a lo que se les pregunta y los electores se vengan dando una respuesta que no tiene que ver con lo que se somete a su consideración. Los referendos así planteados no son la quintaesencia de la democracia, son su muerte. Nadie en España debiera de olvidarlo.

Porque no se puede ganar al populismo plegándose a sus reivindicaciones y discursos, sino plantándole cara sin vergüenza, dándole batalla en el campo de las ideas y en el de las políticas. Rendir al populismo consiste derrotarlo en ambos frentes. Lo otro no es más que darse por vencido con disimulos y artimañas.