A esta Europa que tanto fascinan sus abismos

OPINIÓN

05 dic 2016 . Actualizado a las 08:31 h.

Cada vez que cualquier electorado europeo se marca un gol en propia puerta -los del brexit, los que liquidaron la Constitución para Europa, los populistas de Grecia y España, los ultras de Austria, Francia, Holanda o Dinamarca, los nostálgicos del comunismo polaco y checo y los liantes apayasados de Italia-, la opinión publicada se apresura a anunciar severas catástrofes para el proyecto común y para el euro, y a diagnosticar, con una frivolidad aterradora, que Bruselas acentúa la deserción democrática.

Es el mundo al revés. Porque, en vez de recordar los abismos en los que hemos caído, y atribuir todos los riesgos y responsabilidades en la estupidez de unos electorados despolitizados e ignorantes, que aprovechan todas las oportunidades para jugar con fuego, la inmensa mayoría de los analistas europeos se dedican a comprender las actitudes de los indignados, mientras cargan todas las culpas en los fallos del naciente proyecto de paz y unidad.

Las experiencias del abismo son tan próximas que en la UE siguen viviendo muchas personas que aclamaron a Hitler y a Mussolini, que soportaron el autoritarismo franquista y salazarista, que fueron guardianes en Auschwitz o convirtieron en cenizas la ciudad de Dresde, que vivieron bajo las dictaduras de los coroneles de Grecia, y que ayudaron a cavar las fosas comunes de la antigua Yugoslavia. Y, más allá de las vivencias personales, nuestra cultura política aún sigue impregnada de las consecuencias de dos conflictos mundiales que, bajo la apariencia de patrióticas gestas armadas, fueron en realidad horrendas carnicerías, donde florecieron las aberraciones jamás imaginadas de la especie humana. Pero nada de esto parece importarle a unos electorados que, en cuanto les suben los impuestos el 0,7 %, o le meten tres niños inmigrantes en la escuela de sus hijos, se sienten justificados para votar a Le Pen, romper la UE, desertar de las políticas comunes, e iniciar el «sálvese quien pueda».

La ciudadanía europea está perdiendo los niveles más elementales de la cultura política que debe soportar las democracias. Y, aunque los sistemas establecidos después de la Segunda Guerra Mundial aún tienen cuenta del recado, todo indica que estamos en riesgo de ser arrollados -más que por malos Gobiernos o por la impostada indignación de la crisis- por nuestra irresponsabilidad y nuestra enorme estupidez. Por eso me planto humildemente. Para decir que ninguno de los movimientos políticos de regresión y extremismo está justificado por las políticas europeas ni por las readaptaciones obligadas del Estado de bienestar. Y que si nos vamos al abismo de siempre, del que ya estuvimos mucho más lejos que hoy, solo será por las locuras populistas y fascistas que crearon nuestras desgracias, y que, agazapadas en las urnas, aún nos siguen fascinando.