Galicia no es Finlandia

Pedro Armas
Pedro Armas A DOS BANDAS: EDUCACIÓN

OPINIÓN

04 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Galicia no es Finlandia. En todos los ránkings educativos, Finlandia figura en los primeros puestos. Precisamente el país que descarta los ránkings se ha convertido en un ejemplo para quienes sacralizan tales clasificaciones. En Finlandia había pocos niños, en Galicia también. Todos hacían falta, no podía haber rezagados. Finlandia era rural, Galicia también. Ya a finales de los sesenta hubo un consenso educativo entre todos los partidos: Socialdemócrata (educación igualitaria), Agrarista-Centrista (educación rural) y Conservador (educación nacional). El éxito no fue inmediato, les llevó más de dos décadas consolidar el sistema. No bastaban las ocurrencias de un ministro, ni un alto poder adquisitivo, un alto grado de cobertura de otras necesidades (empleo, vivienda, viajes) o una alta tecnificación (país de Nokia).

El porcentaje de inversión en educación sobre el gasto público total en Finlandia ronda el 13 %, en Galicia el 20 %. La inversión per cápita en educación en Finlandia son unos 3.000 euros, en Galicia unos 800. Pero la educación no solo es cuestión de dinero. En Finlandia la ejecución del presupuesto para educación corresponde al Estado y a los ayuntamientos, a partes iguales. La educación es pública y gratuita, la privada es anecdótica porque no es negocio. Los niños van a la escuela del barrio, el acceso a la educación es equitativo. Se atiende a todos los alumnos con necesidades especiales, se integran en el aula. Se da responsabilidad al alumno, no protección. Se enseña a manufacturar y a meditar, no a memorizar. Se enseña Corte y confección o Gestión del hogar, sin complejos. Se admiten ciertos repartos de género (niños a hockey hielo, niñas a patinaje), sin complejos. Se fomenta de modo natural el plurilingüismo (finlandés, inglés, sueco, español), sin complejos. No hay muros ni rejas en los colegios, nadie quiere escapar. No hay prisa por escolarizar, no se hace hasta los siete años. No hay prisa por aprender a leer, luego son los mejores en comprensión lectora. Hay una educación continua, no una evaluación continua. Con menos horas lectivas, menos deberes, menos reválidas y menos ránkings, el sistema es más eficaz.

En Preescolar los niños juegan y exploran. En Básica pasan seis cursos con el mismo profesor y tres con especialistas. Las aulas son ruidosas e informales. Los libros y materiales son gratuitos. Los recreos duran 15 minutos tras cada clase de 45. Las vacaciones duran tres meses. Se puede repetir curso, pero no es habitual. No hay reválidas intermedias ni ránkings de centros o de alumnos. El 50 % acceden a la High Secundary (Bachillerato) y el 40 % a la Upper Secundary (Formación Profesional). Son enseñanzas opcionales y gratuitas, permeables y prestigiadas. En ellas, se trata de experimentar y trabajar en equipo. No hay grupos por aula ni itinerarios fijos. Hay una reválida final, la única a escala nacional. Además, para el acceso a la universidad se exigen pruebas específicas y selectivas.

No obstante, la clave del éxito finlandés está en el profesorado. Los profesores están bien pagados y valorados socialmente. Solo los mejores acceden a la carrera docente (10 % de los que lo intentan). Tras grado, máster y múltiples prácticas tuteladas, se convierten en profesores de aula o de materia. Imparten sus horas lectivas y disponen de tiempo para dedicárselo a los alumnos que más lo precisan. Orientan y motivan, no son meros transmisores de contenidos. Padres y políticos reconocen su profesionalidad. Hay confianza, no hay control de directores o inspectores, ni siquiera existe un cuerpo de inspectores de educación. Los profesores no son evaluados, se exigen a sí mismos y mejoran su formación cada año. Tienen autonomía y competencia para desarrollar su trabajo. El ministerio se limita a fijar un breve currículo básico. Parece que menos es más, pero Galicia no es Finlandia, ni más ni menos.