No cortes el árbol que te da sombra

Javier Guitián
Javier Guitián EN OCASIONES VEO GRELOS

OPINIÓN

25 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando el pasado lunes llegué a casa, habían desaparecido de la plaza en la que vivo tres magnolios y un olivo. Desconozco la edad de los árboles, pero su porte era suficiente para dar sombra a quienes se sentaban en verano a su abrigo y para disimular un paisaje de postes eléctricos, cables y coches que, como en muchos otros casos, convierten rincones de nuestros pueblos en pequeñas fotografías de un barrio de ciudad. La orgía destructora continuó por la tarde en otra plaza del pueblo.

No es mi condición de botánico la que hizo crecer mi indignación, sino el hecho de que, al parecer, molestaban a algunos vecinos: les quitaban luz a sus viviendas, levantaban con sus raíces partes de las aceras, lo cual es un peligro para los coches, etcétera. No quiero parecer pedante al explicarle a los responsables municipales que los árboles se pueden podar y cuidar periódicamente, tampoco niego que puede haber casos en los que, tras un informe técnico, se justifique una tala; lo que me parece sorprendente es que, con efectividad inusual, el Concello ponga en marcha su maquinaria de destrucción y, en unas pocas horas, una pequeña parte de la historia del pueblo sea amputada.

Les hablo de Redes, en el municipio de Ares, donde cientos de viviendas desocupadas embellecen el paisaje, donde una parte importante del municipio está arrasado por plantas invasoras, sin que nada se haya hecho al respecto; es ahí donde no falta diligencia para talar unos árboles en unas aceras que, por cierto, hace tiempo que se han convertido en aparcamientos por las que es imposible pasear.

No quiero centrarme en mi pueblo, pero mientras ciudades y villas tratan de humanizar sus calles plantando árboles, en algunos lugares siguen con la mentalidad de hace décadas. Es el contraste entre quienes se esfuerzan por salvar un árbol en un parque o en una iglesia, como ha publicado La Voz en varias ocasiones, y quienes ven ellos un signo de atraso o de ruralidad.

Los árboles, tanto los de nuestros bosques como los plantados en nuestros parques o calles, son patrimonio de todos, por eso lo que hoy les cuento es un ejemplo de ignorancia, de falta de sensibilidad y de incultura.

Hace unos años escribí en estas páginas un artículo sobre Julia Butterfly Hill, una activista que decidió subirse a una secuoya para impedir su inminente tala; allí pasó 738 días. En el texto, sostenía que los gallegos teníamos muchos motivos para subirnos a un carballo -así se titulaba el artículo-, no solo para llamar la atención sobre la destrucción de nuestros bosques, sino también para tomar cierta distancia y buscar una nueva perspectiva desde la que volver a empezar nuestra relación con los árboles.

Hoy no me puedo subir a un magnolio ni a un olivo, pero lo haría, porque los árboles de nuestras calles, plazas o parques, son una parte importante de nuestro patrimonio que solo un insensato puede talar. Pero, tomando cierta distancia, algo que necesito, solo me queda recordarles a los responsables de la tala un viejo proverbio: «No cortes el árbol que te da sombra, porque de ello nada bueno podrá brotar».