Bob Dylan y la mala educación

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

22 nov 2016 . Actualizado a las 08:17 h.

Visto que nadie se atreve a ponerlo sobre el papel, negro sobre blanco, lo haré yo. Lo que hemos venido sabiendo por los medios de comunicación, semana tras semana, del comportamiento de Bob Dylan en relación con la reciente concesión al inmenso cantautor del Premio Nobel de Literatura demuestra por su parte una tan completa como asombrosa mala educación. Dylan tardó, primero, varios días en darse por enterado de una noticia que, lógicamente, fue portada en todos los periódicos del mundo. Aceptó después el premio como si de una pesada carga se tratara. Y ha anunciado, finalmente, que no acudirá a Estocolmo a recogerlo porque tiene «otros compromisos».

El soberbio desprecio de Dylan hacia el Nobel y hacia quienes han tenido la amabilidad de concedérselo resulta aún más llamativo si se tiene en cuenta que la suya no constituía ni mucho menos una candidatura incuestionable. Para entendernos, Dylan no es, desde el punto de vista literario, y por poner solo dos ejemplos muy conocidos, ni Gabriel García Márquez, ni Mario Vargas Llosa, novelistas maravillosos que aceptaron el premio como un gran honor que se les otorgaba, lo agradecieron con palabras generosas y acudieron a la ceremonia de entrega para pronunciar sendos discursos de una belleza literaria excepcional.

El cantautor norteamericano, a quien escucho con pasión desde que era un adolescente, se ha convertido sin duda en un exponente esencial de la cultura popular de la segunda mitad del siglo XX. Muchos se alegraron, por ello, de la decisión de la Academia sueca, que consideraron muy valiente, aunque no pocos especialistas han subrayado lo discutible que ha resultado esa elección. Poco después de conocerse la noticia, mi colega y querido amigo Darío Villanueva, prestigioso catedrático de Teoría de la Literatura y actual director de la Real Academia española afirmaba sobre Dylan: «Es un gran artista de la canción, sus letras son eficaces, pero literariamente muy poco sofisticadas».

Recibir el Premio Nobel de Literatura es entrar en un club del que forman parte escritores tan ilustres como los dos genios latinoamericanos citados más arriba y otros literatos igualmente imprescindibles: de Yeats a Bernard Shaw, de Juan Ramón Jiménez a Pablo Neruda, de Thomas Mann a John Galsworthy, de Albert Camus a William Faulkner. Es cierto que ahí están también nuestros Echegaray y Benavente, aunque no se sabe que ese haya sido el motivo del fastidio de Bob Dylan.

Sea como fuere, el autor de Blowing in the wind podía haber demostrado el que parece su evidente desagrado con el Nobel de Literatura por un medio sencillísimo -rechazándolo-, tal y como lo hicieron en su día, por motivos diferentes, Jean-Paul Sartre y Boris Pasternak. Como es obvio, nadie está obligado a aceptar un galardón cuya concesión, por la razón que sea, le incomoda, mucho más cuando la consecuencia del rechazo no es otra que quedarse sin el premio y el millón de dólares que lleva aparejado.