La democracia charramangueira

OPINIÓN

03 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Tratando de aligerar un nuevo ciclo de crisis, caos y resurrección, formulé ayer, día de Difuntos, el concepto de democracia charramangueira, que, a pesar de su sonoridad galaica, trata de dar una explicación global a nuestro tiempo. Y para eso tracé esta parábola. La vida política se parece a una familia, cuyo concepto fundante es la casa. Porque, aunque la casa es una realidad material e instrumental, no equiparable a los valores, condiciona todo lo que somos y hacemos. Si tenemos una morada cómoda, bien dirigida y ordenada, toda la familia reflejará su modelo en la educación, la salud y el bienestar.

Pero las casas, como el Estado, pasan por etapas inexorables. Las fundamos sobre una historia, que es la casa de nuestros padres, a la que nos enfrentamos con mentalidad bipolar: mitificándola en una parte, para presumir de linaje, y despreciándola en otra, para darle sentido al día en que nos fuimos a un piso húmedo y horrible en nombre de la libertad. La siguiente etapa es la transición a una vivienda en propiedad, en la que se refundan las tradiciones, se abraza la estética moderna, se cuidan las relaciones intergeneracionales y se crece en prestigio y bienestar, hasta que olvidamos quiénes somos y de dónde venimos.

El tercer paso es la crisis. Los niños crecen y no nos entienden, y perciben ese dulcísimo hogar como una cárcel de oro. Nosotros, al mismo tiempo, nos sentimos viejos, y, añorando a los padres, empezamos a preguntarnos si nuestro progresismo impostado era un avance o un hortera retroceso. Entonces vemos, con sorpresa, que la casa no es adecuada para la jubilación, que los retoques y parches no la mejoran, y que hay que intentar el imposible equilibrio de hacerla antigua en los valores y moderna en su aspecto. Y los hijos aprovechan ese momento para decirnos que la casa era más hermosa cuando la dejaron que ahora, cuando solo vienen a comer. Es la fase más peligrosa.

Porque, convencidos de que la renovación favorece el bienestar y la convivencia, empezamos a pintar las paredes de colores, cambiamos las lámparas por globos japoneses, tiramos mesitas y aparadores para sustituirlos por palés barnizados, desarmamos los anaqueles de castaño -símbolos de orden y estabilidad- y esparcimos los libros por el suelo, y desterramos a la aldea, para que se pudran, nuestros logros y recuerdos.

Es la etapa charramangueira, que en democracia se llama populismo o nueva política, que nos impone la opción de vender la casa vieja para comprar un apartamento sin pasado y con una sola habitación. Y ahí están España y el medio mundo de los Le Pen, Trump, Maduro, Grillo, el brexit, los yihadistas, los antiyihadistas, las ultraderechas y las ultraizquierdas. Todos al borde de un errático ciclo de colapso y regeneración, al que ya nos dirigimos -pudiendo eludirlo- a toda velocidad.