El Partido Socialista contra el Doctor No

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

28 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Sabida de antemano la posición de los diferentes grupos parlamentarios del Congreso respecto de la investidura del presidente del Gobierno, el mayor interés de la sesión de la Cámara que ayer se celebró residía en conocer la futura línea de actuación del Partido Socialista, que mañana posibilitará con su abstención la permanencia de Rajoy en la Moncloa, y de quien depende, sobre todo que, una vez elegido, pueda gobernar.

Pues bien: ninguna novedad. Ninguna, porque la extremada dureza de las palabras del portavoz del PSOE, Antonio Hernando, en contra del PP (reunión de todos los males sin mezcla de bien alguno, como el Infierno del catecismo más tradicional) confirman lo que ya era legítimo suponer desde hace tres semanas: que la abstención socialista, lejos de resultar un hecho coherente con el reconocimiento del grave error que ha mantenido bloqueada nuestra vida política desde hace casi un año, ha sido, a fin de cuentas, una decisión instrumental en la lucha interna en el PSOE.

En efecto, los adversarios de Pedro Sánchez y de la demencial deriva que el líder defenestrado -convertido por méritos propios en un verdadero Doctor No- había impuesto a su partido, utilizaron la decisión de abstenerse en la investidura de Rajoy como un ariete para acabar con el uno y con la otra y, tras lograrlo, se han encontrado con que no sabían qué hacer con su nueva posición. Y es que la abstención, que se ha demostrado tan útil para trabar una nueva mayoría en la dirección de los socialistas españoles, ha sido desde entonces como fuego en las manos para quienes se han convertido en los actuales dirigentes del PSOE.

Tan delirante situación es la que permite entender dos hechos que resultarían de otro modo absolutamente inexplicables: primero, que los socialistas hayan decidido abstenerse sin una negociación previa con el PP y sin exigir, en consecuencia, nada a cambio por permitir que Rajoy sea presidente; segundo, que esos mismos socialistas estén obsesionados con hacerse perdonar una abstención que no perseguía, en el fondo, hacer presidente a Rajoy, sino evitar que Sánchez pudiera serlo con el apoyo de Podemos y de los independentistas. Una abstención, por ello mismo, que les da tanta vergüenza a quienes la defienden como para tener que criticar con la máxima dureza a su principal beneficiario (hacer «un esfuerzo por ser más diferentes», según las certeras palabras de Rajoy), lo que convierte la posición socialista en un auténtico dislate.

Un dislate que, por lo demás, solo puede acabar de dos maneras, las dos muy malas para el PSOE: o con un nuevo cambio de posición que permita la gobernabilidad, cambio por medio del cual los socialistas vuelvan a desdecirse de lo que manifestaron en la sesión de investidura; o con nuevas elecciones generales, si los socialistas se mantienen en el «sí pero no» que hoy define su terrible esquizofrenia.