Una vez más, los fascistas han hecho de las suyas. Esta vez le tocó al expresidente del Gobierno Felipe González. El lugar, el menos apropiado para actos de este tipo. Una universidad en donde iba a impartir una conferencia. Uno de los foros más representativos del contraste de opiniones y la tolerancia se vio ultrajado por un grupo de encapuchados de la izquierda radical. Niñatos que, en buena parte, pueden asistir a la educación superior por la gestión de González al frente del Gobierno durante unos años cruciales para la consolidación de la democracia en España. Pablo Iglesias, veterano en estas lides, no condenó los hechos, y desde el PSOE le acusan de ser el instigador de los mismos. Quien esto escribe también lo piensa. Iglesias odia irracionalmente a González porque lo considera responsable del supuesto golpe palaciego del PSOE que desbancó a Pedro Sánchez de su puesto de secretario general, impidiendo con ello su entrada en un hipotético Gobierno. Es lo que tiene vivir en democracia, que se puede llamar terrorista a un hombre, insisto, que resultó decisivo a la hora de lograr una España en que individuos como estos puedan montar tan bochornoso espectáculo y dormir esa noche plácidamente en sus casas. Las masas no se rebelan si no existe alguien que las manipule, y a ese alguien lo conocemos todos. Congratúlese, señor Iglesias, de que nadie resultase herido. Yo de usted no tentaría tanto a la suerte.