El Nobel a Bob Dylan

Javier Guitián
Javier Guitián EN OCASIONES VEO GRELOS

OPINIÓN

19 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando en 1967 James D. Watson recibió el Nobel de Fisiología y Medicina por el descubrimiento de la estructura de la molécula de ADN, en colaboración con Francis Crick y Frederick Wilkins, creo que no hubo polémica alguna. Tampoco la opinión pública se escandalizó cuando Svetlana Aleksiévich recibió el Nobel de Literatura el pasado año «por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo», entre otras cosas porque nadie, salvo algunos enterados, la conocía.

Sin embargo, y especialmente en España, la concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan ha desatado una ola de virulentas críticas que vale la pena analizar. Se ha dicho que es la muerte de la lectura, el ocaso de la literatura o el triunfo del populismo, entre otras lindezas similares, aunque es verdad que nadie ha superado la zafiedad de Sánchez Dragó: «Año tras año esos borrachines, que a nadie representan, dan su caprichoso espaldarazo a escritores segundones, tercerones, cuarterones y, por lo general, desconocidos (con razón), pero con algún que otro título de dudosa importancia en su historial». No está de más recordar que su principal contribución a la literatura universal es que cuarentón es un insulto.

La primera conclusión que podemos sacar de este asunto es que, al contrario de otros premiados, Bob Dylan es una persona mundialmente conocida e influyente. Así, los medios de buena parte del mundo han preguntado a sus lectores qué opinión les merece la concesión del premio, algo que, sin duda, hubiera sido un fracaso si la pregunta fuera si juzgan acertado, o no, premiar a Ben Faringa con el Premio Nobel de Química, por el diseño y síntesis de máquinas moleculares.

La segunda, más preocupante, es la tendencia nacional a la crítica despiadada de todo aquello que se escapa a nuestras coordenadas mentales o nuestros gustos, sin que para ello sea necesario haber leído, o entendido, las letras de Dylan. Cualquier cuestión que saque a nuestro cerebro del área de confort es rechazada inmediatamente, sin pararse a pensar, sin tregua. Los ejemplos llenarían el periódico.

Les confieso que siempre me gustó Bob Dylan, pero no tengo criterio para saber si el premio es justo o no lo es; creo que, si existiera, merecería el Nobel de la música. Creo, también, que su etapa actual no es la más interesante de su carrera artística y su compromiso inicial, con los derechos civiles o la paz, se encuentra hoy bastante difuminado por su posición en la élite del rock. Sin embargo, nadie puede negar la belleza de sus canciones, más allá de si merece el premio o no.

No citaré el artículo original de Watson y Crick (Nature 171, 737-738. 1953). Es tan breve como influyente; tampoco puedo referirme a Svetlana Aleksiévich porque no la he leído. Como no pertenezco a la élite literaria mis referencias son mucho más pedestres. Hace unas semanas leí una frase, que no conocía, en la puerta de los servicios de un bar de Almería: «El cerebro es como un paracaídas. Solo sabemos si funciona cuando se abre».

Eso sí merece un premio y no el cacareo despiadado de quienes, cada día, nos dicen lo que debemos pensar y lo que no.