Los niños acosados, ¿a quién le importan?

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

19 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

No hay día en que no se publique una noticia sobre el bullying escolar: una agresión, un acoso sistemático, un vacío a algún niño, un caso de crueldad infantil, unos padres que denuncian a algún colegio, y no quiero recordar los casos tan terribles como excepcionales de suicidio. Y no los quiero recordar, porque probablemente no se han debido solamente al asedio de los compañeros del chico o la chica que se quitó la vida. La última historia que hemos conocido es la de un niño andaluz, de nombre Alejandro, que sufre una leve insuficiencia mental desde hace cuatro años y decidió que no tiene ganas de vivir. Actualmente está en su casa, aislado y sedado, a base de ansiolíticos y otros medicamentos. Su madre habló con los medios informativos, en un testimonio desolador de impotencia. «¿Hay algo peor para una madre -se preguntó- que saber que tu hijo ya no quiere vivir?».

No, no hay nada peor, salvo agravar ese sufrimiento con la sordera y la falta de apoyo y ayuda del sistema. Cuando escribo sistema, me refiero a todo lo que rodea al escolar: los centros educativos, que siempre carecen de métodos (¿quizá también de voluntad?) de vigilancia y seguimiento de los chicos más acosados y de sus acosadores; las autoridades, que no dan muestras de incluir entre sus preocupaciones algo que tiene presencia diaria y dolorosa en los medios, sobre todo en las televisiones; las leyes que, en el caso de los menores, parece que protegen más al violento que a quien sufre su violencia? Y como remate de todo eso, la falta de diálogo entre padres e hijos, que hace que los primeros conozcan tarde y sin posibilidad de reacción lo que pasa en el colegio y muchas veces en la calle. De esta forma, el niño acosado tiende a interiorizar su problema y acaba convirtiéndose a sí mismo en el culpable, en un infierno de complejos y, sobre todo, de complejo de inferioridad.

Entiendo que hay suficientes casos en la crónica diaria de España para que se empiece a considerar un serio problema del conjunto de la sociedad. Solo quiero hacer una comparación a partir de otra noticia de estos días: un pasajero de un tren a Valladolid dijo al pasar junto al asiento del diputado Joan Tardá: «Merecías que te colgaran» o algo así. ¿Y qué hizo Tardá? Denunciarlo como una amenaza de muerte. Lo mismo hacen otros distinguidos políticos, que parecen querer demostrar con esos espontáneos retadores la dureza de su oficio. Y algunos, sobre todo si son separatistas y el hecho se produce en Castilla, quedan como héroes o mártires de su causa. A un niño lo amenazan de verdad, lo machacan cada mañana de palabra y de obra en el colegio ¿y qué ocurre? Nada; solamente es un niño; y si es pobre, ¡qué os voy a contar!