Un país entre Feijoo y Puigdemont

OPINIÓN

08 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Los 1.054,35 millones de euros con los que Galicia podrá financiarse al 0 % hasta el 2019 no son un premio por haber cuadrado el déficit presupuestario, ni una discriminación positiva frente a los que han apostado por vivir en el borde exterior de la fiscalidad sostenible, ni una expresión cifrada de la mentalidad liberal que domina en la política y en el electorado gallego, sino la evidencia de un modelo de gestión eficiente que, sin haber modificado nuestra estructura de bienes y servicios de forma distinta a como lo hizo España entera, nos permite afrontar el futuro con criterios más políticos y menos deterministas. Porque la autonomía se mide, dicen los alemanes, por la suficiencia y la desvinculación finalista de las finanzas.

Y por eso creo que Feijoo marca en este momento un modelo ideal de gestión, lo que en modo alguno significa que Galicia no tenga problemas, ni haya sellado todas las brechas que existen frente a la media nacional de los servicios, ni que el presidente esté dotado de infalibilidad política, y económica.

En el reverso de la medalla está Cataluña, comunidad autónoma que, tras haber disfrutado durante más de treinta años de una extraña presunción de eficiencia, seriedad, sentido de Estado y solidez política, representa hoy el disparate nacional, con un caos institucional más que visible, unas finanzas próximas a la bancarrota, unas estructuras políticas lábiles e ininteligibles y un discurso ramplón e insufrible que, creado por las élites al servicio de sus delirios e intereses, acabó calando en un pueblo que confunde el jaleo con la justicia, el desbarajuste con la democracia y la cuerda floja con los cimientos del progreso y de la paz. Y por eso creo que Puigdemont representa mejor que nadie el riesgo de bailar al borde del abismo, o la paradójica sensación de presidir un trampantojo autonómico que incluso los observadores mejor situados hemos confundido con la paupérrima realidad de un riquísimo país.

Dicho lo cual, me permito sugerir que Feijoo y Puigdemont marcan, como señeros mojones, el accidentado cauce por el que circula en torbellino la política española, y el que puede indicarnos con precisión dónde va a terminar esta pesadilla de la historia.

Si el cauce se estrecha y ordena manteniendo fija la orilla de Feijoo y moviendo hacia el centro la orilla de Puigdemont, la crisis política quedará muy pronto arrumbada, y todas las aguas que ahora no mueven molino ni riegan las vegas volverán naturalmente a sus azudes y acequias. Pero si el cauce se estrecha manteniendo fija la orilla Puigdemont, y moviendo la excepción que hoy representa Feijoo, todo será más turbulento e incierto, y todas las aguas bajarán por las peñas, haciendo ruidos y erosiones, mientras la muelas se quedan paradas y las vegas, desiertas. Porque este es hoy -aunque parezca mentira- el dilema del país.