Los dos errores que puede cometer el nuevo PSOE

OPINIÓN

06 oct 2016 . Actualizado a las 07:57 h.

No sé quién de los tres -Javier Fernández, su gestora, o el PSOE como conjunto atribulado y heterogéneo- está a punto de cometer los dos errores más graves que pueden destrozar -decía Clausewitz- cualquier estrategia: el de confundir la importancia de los objetivos con su prioridad; y el de creer que en un frente de varios contendientes todos están quietos y parados menos el genio que, en la soledad de su tienda de campaña, planifica la maniobra sobre un mapa de papel.

Lo que dijo Fernández, a pesar de ser hombre experimentado, es que la prioridad del PSOE consiste en evitar las terceras elecciones, cuando el mayor peligro que debe conjurar es que el PSOE se fragmente y autodestruya a causa de las tensiones que se van a producir para legitimar el derrocamiento de Sánchez y para modificar ese «no es no» que los actuales dirigentes contribuyeron a implantar en las bases como seña de identidad socialista. Por eso creo y le advierto que más le valiera perder diez diputados en unas elecciones que marquen el principio de su recuperación, que meterse en una investidura forzada y artificiosa que va a poner de los nervios a la militancia, que entregaría a Iglesias la referencia de la oposición, y que sería imposible de administrar de forma justa y coherente a lo largo de una legislatura que sería más penosa y estéril que las dos que hemos abortado.

Y lo que dicen los barones más influyentes del PSOE -que «ahora toca España»- deviene en pura chuminada si se tiene en cuenta que la crisis del PSOE, que produjo un cambio radical en sus estrategias y aspiraciones, cambió más aún las posiciones del PP, al que ya no le puede valer -¡y espero que me escuchen!- una investidura raspada y sin compromisos precisos con la gobernabilidad. Porque, por las solas artes de ese birlibirloque llamado Sánchez, el PP de Rajoy pasó de ser la parte débil de la negociación, que mendigaba la abstención, a ser la parte fuerte de cualquier pacto posible, la que puede poner condiciones a una abstención que el PSOE necesita como agua de mayo, y la que ya no está obligada a identificar el interés de España con el simple fin de un bloqueo irracional y tozudo.

La sabiduría popular trataría esta situación de ingobernabilidad con la más célebre paradoja del refranero: «Vísteme despacio, que tengo prisa». Porque si el PSOE y Rajoy se precipitan al abismo de una investidura estéril conseguirán, es cierto, las portadas laudatorias de un día, pero a cambio de enquistar la crisis de gobernabilidad en el meollo del sistema. Por eso le recuerdo a Fernández y a Rajoy que «es mejor rojo una vez que un ciento colorado», y que, en vez de pactar una investidura de miseria, deben pactar unas elecciones constructivas y la vuelta dual al sentido común. Cualquier otra cosa sería -¡otro refrán!- pan para hoy y hambre para mañana.