Galicia apuesta por el cambio: sí, sí, por el cambio

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

26 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Tal y como desde el principio estuvieron planteadas, las décimas elecciones autonómicas gallegas podían alumbrar dos parlamentos diferentes: uno en el que, solo o con la mínima ayuda de Ciudadanos, tuviera mayoría absoluta el Partido Popular; y otro el que esa mayoría fuera el resultado de sumar los escaños de todos los restantes partidos de la Cámara gallega. Tal diferencia, aunque fuera por un escaño nada más, era esencial, pues en el primer caso gobernaría el ganador de los comicios y en el segundo se haría con la Xunta una coalición de perdedores que tenía como cemento fundamental echar al presidente que la venía gobernando desde el año 2009.

Los gallegos dijeron ayer con toda claridad que deseaban la estabilidad en lugar de la aventura de una Xunta de incierta composición y desconocido programa de gobierno. Y, al hacerlo, marcaron un neto punto de ruptura -y de cambio, en consecuencia- con la dinámica infernal que ha venido definiendo la política española desde la celebración de unas elecciones generales, las de diciembre pasado, que pusieron patas arriba nuestro régimen político al generar un sistema de partidos bloqueado, absolutamente incapaz desde hace nueve meses de asegurar la gobernabilidad. Colocado el país, por tanto, ante el dilema de elegir entre los riesgos que nacen de la permanencia de un partido en el poder y los que se derivan de la total incertidumbre, Galicia optó ayer por lo primero. Algunos le llaman a eso voto del miedo. Otros, entre los que me incluyo, una opción de voto racional.

En esa decisión ha influido sin duda, de un modo indiscutible, la ventaja nacida del mayor conocimiento y la mejor valoración de Alberto Núñez Feijoo respecto sus dos competidores por la presidencia de la Xunta (la candidata del Bloque jugaba en otra liga), ventaja que venían señalando con tanta nitidez como insistencia todas las encuestas. El mérito de la arrolladora victoria del PP no es, por tanto, solo de Feijoo, pero es de Feijoo en una grandísima medida, lo que coloca al político gallego como uno de los principales referentes de su partido en el conjunto del país. Pero la victoria de Feijoo, dificilísima con un sistema electoral muy proporcional, y extraordinariamente meritoria tras cuatro años de política de ajuste y dura contracción presupuestaria, resulta igualmente inexplicable sin tener en cuenta los deméritos de sus competidores de En Marea -que se sacó de la manga un candidato como quien improvisa en una coctelera- y del Partido Socialista, parece que ya definitivamente decidido a depender siempre de los nacionalistas. Cualquiera que sepa algo de elecciones conoce el hecho esencial de que es muy difícil que las pierda quien gobierna si no hay una opción alternativa con credibilidad para ganarlas. Y, por lo que se deduce de lo sucedido ayer, tal alternativa ni existe ni por el momento se divisa. Alguien en el PSOE debería sacar de ello las oportunas conclusiones.

Feijoo será de nuevo presidente por méritos propios. Y por deméritos propios el PSOE y los nacionalistas volverán a ser oposición.