Ya lo decía Arsenio...

María Xosé Porteiro
María Xosé Porteiro HABITACIÓN PROPIA

OPINIÓN

26 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Fueron las décimas elecciones en Galicia, 35 años después de las primeras, en 1981. Desde entonces, hemos visto confrontarse a la derecha, liderada por Fraga y Feijoo, cada uno en su momento, frente a una izquierda fragmentada y voluble en la designación de sus candidatos. El PSdeG, sin ir más lejos, presentó en ese mismo tiempo, a González Laxe, Sánchez Presedo, Abel Caballero, Pérez Touriño, Pachi Vázquez y Fernández Leiceaga. La otra parte de la izquierda, que nace en el espectro nacionalista, ha tenido muchos avatares también, el más reciente la fragmentación del BNG en las anteriores elecciones que se resolvió con la eclosión de AGE y, posteriormente, de las Mareas.

Galicia es el mejor botón de muestra de que para ganar unas elecciones, además de un proyecto político inteligible, se necesita constancia en los liderazgos. Núñez Feijoo lo sabía, y en este momento de turbulencias políticas en el conjunto de España se puso de perfil y dejó el logo del Partido Popular en un rincón de sus carteles. Vistió chaqueta de presidente, se quitó la corbata demodé y convocó a la ciudadanía a dejarse llevar por el miedo al cambio, seguramente recordando a Arsenio, que cuando entrenaba al Dépor solía decir aquello de «neniño, cuando algo funciona, no lo toques».

Y así ocurrió, porque el cambio era precisamente el rasgo que mejor definía a la alternativa que se situó en la otra mitad del electorado. Procede hablar de mitades porque, a la hora de la verdad, la diferencia entre los votantes de izquierdas y de derechas fue muy pequeña porcentualmente, aunque definitiva en términos democráticos. En Galicia, cambiar fue sinónimo de miedo. Alguien teme todavía que le quiten la vaca; prefiere que le ahoguen su explotación lechera. Somos un pueblo contradictorio que salimos masivamente a la calle para protestar por la privatización de la sanidad pero apoyamos, también mayoritariamente, a su artífice. Galicia, sitio distinto, que se subió al sí de la campaña de Feijoo, entre otras cosas, porque se desvinculó de la gestión de Rajoy en España.

Este puede ser el retrato de un país que aguanta como nadie -y con una sonrisa en los labios-, la eclosión del «trabajador pobre», la fuga de cerebros y de mano de obra a un ritmo de 84 personas diarias desde el 2012; 770.000 gallegos en situación de pobreza, pérdida de una banca propia y del liderazgo en energías sostenibles, venta de astilleros históricos como Barreras, 900.000 personas con empleos precarios, la natalidad más baja del mundo, la caída sin frenos ni paracaídas de sectores productivos como la pesca y el agropecuario o la desatención a personas en riesgo de exclusión, por no aburrir con nuestros peculiares casos de corrupción que han hecho de Baltar una figura del star-system en España.