Cenizas

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CON LETRA DEL NUEVE

OPINIÓN

25 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo más sorprendente de estas dos últimas semanas sucedió a las cuatro de la mañana del martes en Lugo. A esa hora, como nos contó aquí Tania Taboada, un coche se estrelló contra la fachada del número 1 de la calle Conde. El vehículo, tras chocar con el semáforo y llevarse por delante unos bolardos, acabó por estamparse contra el edificio. Hasta ahí, la clásica alcoholemia de una madrugada de martes en Lugo. Pero lo asombroso no fue el golpe, sino que con el impacto salió volando por los aires una urna funeraria que el conductor transportaba en el maletero. Eran las cenizas de su madre (propietaria de un afamado club de alterne), que el hijo llevaba en el coche desde febrero.

Porque desde que la cremación es tendencia -la incineración está in, aunque la muerte consista justo en estar out- y la moda de la reventa de nichos soleados en los cementerios se ha quedado trasnochada, las cenizas de los difuntos van y vienen por el mundo sin mayor ceremonia.

Cuentan que un socio irreductible del Betis pidió antes de morir que, cuando dejase este mundo, quería seguir asistiendo a los partidos de su equipo en el Benito Villamarín. Como la FIFA o la UEFA, no sé, prohíbe llevar al campo objetos contundentes, un pariente del bético entraba y salía del estadio con los restos del difunto no en una urna, sino en un humilde tetrabrik. Al final, para evitar el engorro de los controles de acceso, el club optó por dejar el cartón bajo llave en el interior del Benito Villamarín y un empleado interrumpía el descanso eterno del forofo para colocarlo durante los encuentros en su asiento de abonado.

Claro que la épica de la muerte ya la habíamos visto saltar por los aires en una escena antológica de El gran Lebowski, de los hermanos Coen. El Nota (Jeff Bridges) y el desnortado excombatiente Walter (John Goodman) ascienden a lo alto de un acantilado para esparcir los restos de su amigo Donny (Steve Buscemi) en el mar. Tras soltar un disparatado discurso sobre los caídos en Vietnam, Walter arroja las cenizas sin prestar atención a la dirección del viento y acaban cubiertos por lo que un día fue su colega.

El suceso de Lugo también podría salir en una película de los hermanos Coen. O, como dijo Agustín Fernández Mallo sobre Mazurca para dos muertos, podría suceder en esa Galicia donde un día se encuentran Pasolini y Tarantino y se ponen a charlar de sus cosas.