«Love is in the air»

Javier Guitián
Javier Guitián EN OCASIONES VEO GRELOS

OPINIÓN

25 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Como otros años por estas fechas, he leído en los medios de comunicación que septiembre es el mes del año en que se presentan más demandas de divorcio; no por repetido deja de sorprenderme que sea tras el descanso veraniego cuando las parejas deciden separarse. Según los expertos, que también en esto los hay, es la convivencia durante las vacaciones, el contacto constante, la que arruina los matrimonios y colapsa los juzgados. Durante el año, el trabajo, los niños, etcétera, no dejan tiempo para esas cosas y las parejas se mantienen en un cierto equilibrio inestable, pero el maldito verano acaba con todo.

Teniendo en cuenta que el cuarenta por ciento de los españoles no puede salir de vacaciones, supongo que las cifras se refieren al sesenta por ciento restante y, en ese sector de población, la causa del divorcio no es el estrés por la falta de recursos económicos. Pues bien, la novedad de este año es que los estudios muestran que, en un porcentaje similar al citado, la razón del desencuentro no es que pasan mucho tiempo juntos, sino que no existe un acuerdo en la pareja sobre adónde ir en las vacaciones.

Tal vez papá quiere ir a Rodrigatos de Obispalía y mamá a El Puerto de Santa María, o viceversa; tal vez a uno le guste la tranquilidad y otro el bullicio, pero el hecho es que no hay consenso, uno se impone y la cosa acaba fatal. Si les digo la verdad, jamás pensé que la razón de tanta separación fuera estacional, como la floración de las plantas, pero creo que puedo aportar soluciones para que desaparezcan tan dramáticas rupturas.

Hace unos días, estuve tomando una copa en la terraza de un bar de la costa. La noche era extraordinaria y me sorprendió que solo tres mesas estuvieran ocupadas, en todos los casos por parejas de mediana edad de vacaciones; no suelo fijarme en estas cosas, pero las voces y los pitidos de los móviles hicieron que, por unos minutos, mi atención se alejara de la luna y el gintonic, cosa nada fácil.

En una de las mesas discutían acaloradamente: a él no le gustaba la playa y, aparentemente, estaba allí obligado; ahora le exigía a su pareja ir de marcha, en justa reciprocidad. En otra ni siquiera se comunicaban entre ellos porque lo impedían unos extraños cables que conectaban sus orejas con los respectivos móviles. La última de las parejas enviaba y recibía mensajes cada minuto esperando a unos amigos que no llegaban; los pitidos eran constantes, algo así como el sonido de una uci en pleno funcionamiento. No lo puedo explicar, pero todos parecían estar a disgusto en un lugar extraordinario.

Pues bien, o desestacionalizamos las vacaciones, y consecuentemente los divorcios, o la única solución al problema es que las parejas pasen sus vacaciones separadas: si él quiere disfrutar con sus amigos de la empresa en Peñíscola, que se vaya; y si ella quiere ir unos días a Albacete, pues lo mismo. Hablarán mucho más que cuando están juntos, aunque sea por el WhatsApp, y no duden que el consumo telefónico se reducirá. Llegado septiembre, todo volverá a ser como antes.

En fin, como dice la canción: «El amor está en el aire», y se esfuma con el primer temporal. Love is in the air, tará, tarará...