La «joie de vivre» y los deberes

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

25 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Corría el año 1976 cuando en un aula de la facultad compostelana de Económicas se celebraba una asamblea estudiantil tan concurrida que los presentes estábamos allí como sardinas enlatadas. No recuerdo bien el asunto del debate, pero con toda probabilidad tendría que ver con la fundamental contribución de los reunidos al restablecimiento de las libertades democráticas (sí, es verdad, eran tiempos aquellos de coraje e ingenuidad). Entonces, una voz surgida como del fondo del océano planteó la salvadora solución: «Eu propoño tirar o tabique». ¿Una metáfora, quizás? ¡Qué va! Un grito contra la asfixia, no del franquismo, sino del aula donde se celebraba la reunión, separada de la contigua por un tabique de madera cuya caída habría aligerado nuestras revolucionarias apreturas.

Cuando leí que los padres y madres de alumnos confederados en la CEAPA proponen acabar con los deberes recordé de inmediato la historia del tabique. Y también la célebre sentencia del Sabio de Baltimore, el brillante escritor y periodista Henry Mencken: «Para todo problema humano hay siempre una solución fácil, clara, plausible y equivocada».

¿Acabar con los deberes? Los que tal cosa proponen deberían aclarar antes de nada cómo creen que podría resolverse el más inmediato problema que ello supondría. Pues si suprimimos los deberes en primaria es seguro que nos encontraremos con estudiantes que han perdido todo hábito de trabajo en casa para afrontar la secundaria. Claro que podríamos suprimirlos también en secundaria, haciendo así a los alumnos un regalo envenenado: enviarlos a la Universidad o a la Formación Profesional, donde el estudio al margen de las clases resulta indispensable, sin el más mínimo hábito de trabajo personal.

Que un niño de primaria deba afrontar, desde el momento de su escolarización, una carga desmedida de tareas constituye, sin duda, un absoluto disparate que, como tal, debe corregirse allí donde se dé. Que las tareas se supriman de forma radical es la otra cara de la moneda del dislate de que los niños trabajen como galeotes en sus casas. Por eso, parece razonable el punto medio que proponen los docentes: una acomodación de la carga de deberes a la edad de los alumnos, de modo que la una y la otra avancen de forma paralela.

Y ello porque la finalidad fundamental de los deberes no es tanto, o no es solo, la de suplementar el aprendizaje que se produce dentro de las aulas, cuanto el de inculcar en los alumnos el hábito y la disciplina de trabajo personal, sin los cuales resultará imposible que obtengan una titulación en la Universidad o la Formación Profesional, titulación esta sin la que, a su vez, será casi imposible en un futuro que ya es presente, entrar en el mercado laboral.

Yo también creo, como el pedagogo Francesco Tonucci, a quien ayer entrevistaba este periódico, que los niños tienen que jugar, disfrutar de su infancia y «vivir la vida». Pero, junto a esa sana joie de vivre, es misión irrenunciable de la escuela ayudar a los alumnos a crecer o, lo que es lo mismo, ayudarles a entender que o el hábito de trabajo se va asumiendo de forma progresiva o jamás llega a adquirirse.