El nacionalismo instrumental

OPINIÓN

12 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La cuestión catalana sigue siendo un problema político sin resolver. Se ha agudizado por el paso declarado de la extinguida Convergència al independentismo y la superior importancia parlamentaria de ERC, su rival histórico, que está por esa labor siguiendo los dos intentos realizados durante la República. Pero al mismo tiempo, puede detectarse un descenso de la fuerza de los partidos nacionalistas, quienes para tener mayoría han necesitado de CUP, un partido para el que es secundaria la identidad catalana, esgrimida por los nacionalistas apelando a la lengua y a modos de convivencia justificada por una historia que se transmite de generación en generación, aunque su versión no sea imparcial. Lo prioritario es acabar con el sistema político, social y económico vigente, y para ello se precisa la independencia del Estado que lo cobija. En eso coincide con los nacionalistas. De otra parte, la victoria de En Comú Podem, como la de Podemos en el País Vasco en las elecciones del 26J constituyeron un test del retroceso relativo de los nacionalismos tradicionales y una alarma. Quizá eso explique los datos de la reciente encuesta del CIS sobre la intención de voto para las elecciones del 25S. Esta vez, EH-Bildu rebasaría a Podemos. Se presume un cambio de estrategia de los aberzales al comprobar el tirón de Podemos. El nacionalismo identitario habría perdido fuerza; pero no es útil prescindir de su aroma. Se mantiene como un instrumento. En realidad, el nacionalismo aberzale no dejó nunca de ser instrumental, utilizando el humus social existente, como elemento de conflicto.

Algo parecido está pasando en Cataluña. En Comú Podem superó a los nacionalistas, de quienes se diferencia, pero ello no es obstáculo para que Ada Colau participase ayer en la tradicional Diada, como tampoco es problema para Podemos utilizar la reivindicación nacionalista del «derecho a decidir». En la misma línea se inscribe la conmemoración de la primera Diada de 1976, reunida con el lema «llibertat, amnistía i estatut de autonomía». No se pedía entonces la independencia, ni tampoco la piden ahora Podemos y las convergencias; pero se apuntan a reivindicaciones nacionalistas en parte superadas, para mantener el conflicto con el Estado. En esa dirección parece orientarse Ada Colau, siguiendo la invención pionera de En Marea: la creación de un partido instrumental, así llamado por sus patrocinadores, que amplíe el espacio de la nueva izquierda, incluidos independentistas.

El paso del tiempo ha hecho más difícil el abordaje del problema catalán. Es cierto que los independentistas son menos que los que no quieren romper con el Estado, que existen medios jurídicos para que no se produzca la independencia; pero también que se han dejado pasar oportunidades para eliminar pretextos para el desenganche. Desactivar la criticada sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut era fácil y sigue siéndolo. Con un Gobierno en funciones ni siquiera es posible intentarlo.