¡Pobre Italia! ¡Pobre Galicia! ¡Pobre España toda!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

28 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El último terremoto que ha asolado las maravillosas tierras italianas ha vuelto a poner al descubierto las venas abiertas de un país dominado por la más galopante ineficacia política y administrativa, ambas asociadas a una rampante corrupción. De nuevo se habla, como en 2009, cuando la tierra tembló en L'Aquila, de fondos para mejorar la seguridad de edificios públicos que no han llegado a su destino y de normas que están sobre el papel y nadie cumple.

Y de nuevo la Fiscalía ha abierto una investigación que quizá, como otras, se quede en agua de borrajas.

La pregunta, claro, es evidente: ¿cómo explicar que uno de los países más creativos del planeta, admirado por su cultura historia y patrimonio, industrioso como pocos, que vende en todos los mercados, malviva con esa política corrupta y cochambrosa?

¿Cómo que no hayan sido sus gobiernos capaces de acabar con una criminalidad organizada (Cosa Nostra, Camorra, Ndrangheta) que, sin posible parangón en Europa Occidental, controla negocios lícitos e ilícitos por gran parte del país?

Aunque las causas de todo ello son diversas, por supuesto, una debe destacarse: la pervivencia de un régimen político marcado por un sistema de partidos de una pluralidad extrema que ha impedido la gobernabilidad e impulsado todos los males que nacen con su ausencia.

Cuando Renzi fue nombrado en 2014 presidente del Consejo, Italia había batido un récord espantoso: ¡26 primeros ministros (Renzi es el 27) y 62 gobiernos en 69 años! Conviene recordarlo, cuando tantos en España, mostrando una ignorancia pavorosa de la política comparada y de la historia, insisten en que la voladura del sistema de partidos nacido de la Transición y su sustitución por uno que se parece cada vez más al camarote de los Hermanos Marx (en Galicia, al camarote elevado al cubo) será la solución a todos los problemas políticos, económicos y sociales que sufrimos. Sé bien (y lo sé porque he escrito sobre ello varios libros) que nuestro bipartidismo imperfecto ha deteriorado la calidad de la democracia y favorecido fenómenos de corrupción que están bien a la vista.

Pero sé también lo que otros sencillamente ignoran: que, lejos de mejorarla, la definitiva italianización de nuestro régimen político no haría más que empeorar tal situación.

Pobre España si en ella llega finalmente a consolidarse, como en Italia, un sistema de partidos que podría hacer imposible la gobernabilidad (ya se habla, como si nada, de terceras, elecciones y de que Galicia sea gobernada por una decena de fuerzas y partidos, varios divididos en facciones), lo que nos llevaría a esa ineficiencia política y administrativa que resulta bien visible en algunos lugares donde mandan quienes venían a resolverlo todo de un plumazo y cuyas supuestas artes de gobierno son aún desconocidas.