Santa Teresa Jornet

OPINIÓN

25 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Probablemente mi mejor golpe de suerte lo tuve hace ya varios años, cuando entre los asistentes a una charla mía en Betanzos había varias monjas de las Hermanitas de los Ancianos. Al terminar se acercaron a saludarme y me invitaron a visitar su casa, la residencia García Hermanos. No pude ir. Al año siguiente volví a Betanzos para dar otra charla. Y otra vez vinieron las hermanitas, y otra vez formularon su invitación. En esa ocasión pude ir a visitarlas. Y me quedé prendado de las hermanitas y de la extraordinaria labor que hacen, iniciando una hermosa amistad de la que me siento orgulloso y agradecido.

Lo que Teresa Jornet (una joven maestra con oposiciones ganadas) comenzó en 1872 era una empresa descabellada, y sigue siéndolo. Porque cotidianamente realizan el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. La amabilidad, alegría y laboriosidad de estas mujeres hace creíble el Evangelio. Sus residencias son como un oasis en medio del drama humano, a veces desolador, de tantas personas ancianas que ven aparecer a su alrededor las densas nieblas de la pobreza material o de la indiferencia, el abandono, la soledad.

«Dios en el corazón, la eternidad en la cabeza, el mundo bajo los pies», repetía la santa. Y es que el verdadero significado de la existencia humana viene proporcionado por la eternidad. Mañana las Hermanitas de los Ancianos festejan a su fundadora. Es una buena ocasión para ofrecerles un reconocimiento público por todo lo que hacen.