El PSdeG alfombra la mayoría de Feijoo

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

25 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Alberto Núñez Feijoo explicó a finales de julio, en un discurso para enmarcar, una de las claves que le permitieron acceder a la presidencia de la Xunta y cosechar dos mayorías absolutas consecutivas: tuvo un maestro excepcional llamado Manuel Fraga y un adversario formidable llamado Emilio Pérez Touriño. Ahora, a contrapelo de lo que decían sus propias encuestas hace solo un par de meses, Feijoo se encamina hacia su tercera mayoría absoluta. Ya no necesita tutores ni aprendizaje, porque el discípulo ha crecido, el maestro ha desaparecido y los adversarios -al menos, los del PSdeG-PSOE- se han sumergido en el marasmo. Con este viento de cola favorable, es muy probable que pueda recuperar el retroceso electoral ocasionado por las turbulencias de la crisis y su gestión al timón de la nave. Ni siquiera precisa justificar sus políticas o explicar su proyecto. Le basta con no enredarse «en liortas y vendettas» y reiterar hasta la saciedad lo que dijo en la presentación de sus candidatos: «Somos la única opción estable mientras otros se hacen el harakiri».

El PSdeG, efectivamente, ha entrado en descomposición. Está empeñado en devorarse a sí mismo. El origen de esa tendencia suicida se remonta a décadas atrás, pero el proceso se acentuó durante la crisis económica. Se apagaron sus últimos rescoldos de ideología, emergieron los tecnócratas, se abrazaron postulados económicos de la derecha liberal y se diluyó el proyecto socialdemócrata y galleguista. Los líderes que en su día alcanzaron mayor aceptación popular, Laxe y Touriño, fueron fulminados en un santiamén, aunque nunca perdieron un solo escaño de los que heredaron. El debate de ideas y de programas se arrumbó al desván y se sustituyó por el cainismo y la confrontación de intereses personales.

En la última fase de ese proceso, el partido -el «intelectual orgánico», decía Gramsci, qué risa- se convirtió en un simple y tosco instrumento para conquistar el poder municipal y autonómico, sin que sepamos muy bien para qué. Y ahora, en un nuevo salto hacia el precipicio, se transforma en una mera agencia de trabajo temporal. Su postrera función consiste en colocar al amiguete y al vecino de la parroquia, no por su probada valía, no por los méritos contraídos en la travesía del desierto, no por sus ideas avanzadas o por su imagen atractiva, sino simplemente porque, ya que las prebendas escasean cada vez más, primero los míos y después los otros. ¿La prueba? Cinco candidatos socialistas de Pontevedra, situados en puestos de no salida, renuncian a ir en la lista. Los cabreados en puestos de salida, por el contrario, tragan lo que les echen. Quijotismo, el justo, que no todos los días se encuentra un empleo bien remunerado.

Escribo con pena. Con la amargura de quien cree que otra política y otra Galicia son posibles. Y con la pesadumbre que produce la agonía de un partido que, en vez de abanderar esa nueva política y esa nueva Galicia, derrocha sus últimos folgos en solventar mezquinas querellas internas.