¡Hay que parar la estrategia separatista de la araña!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

31 jul 2016 . Actualizado a las 11:54 h.

El hecho cierto de que la gravísima declaración aprobada este miércoles en el Parlamento catalán a favor de continuar, pese a las prohibiciones reiteradas del Tribunal Constitucional (TCE), el proceso de secesión sea un dislate político, una ilegalidad manifiesta y un acto perseguible penalmente no significa, en absoluto, que los independentistas no sigan avanzando con pie firme hacia su auténtico objetivo: presentar una futura declaración unilateral de independencia como un hecho consumado frente al cual no cabría otra respuesta que la adopción de medidas tan traumáticas que, llegado el momento de tomarlas, resultarían, por ello mismo, de muy difícil o imposible ejecución.

Para evitar encontrarnos ante un dilema endemoniado -abrir una tragedia política y social de descomunales proporciones o aceptar un gigantesco retroceso en la historia de una de las naciones más antiguas del planeta-, estamos siguiendo, sin embargo, el peor camino imaginable: dejar que los secesionistas conviertan progresivamente en normales hechos que hace nada nos hubieran parecido delirantes. No es algo nuevo: el independentismo impulsa desde hace varios años una estrategia de la araña destinada a organizar, poco a poco, pero sin dar ni un paso atrás, una rebelión en toda regla contra el Estado democrático y la Constitución que lo sustenta. Una rebelión que será tanto más imparable cuanto menos lo parezca y cuanto más se vaya conquistando el terreno del lenguaje, con afirmaciones disparatadas que, a fuerza de cotidianas, ya mucha gente no se atreve a discutir: por ejemplo la burrada, jurídica y política, de que el Parlamento catalán es soberano; o el dislate de que el pueblo tiene derecho a decidir al margen de lo que dispongan las normas que a todos nos obligan.

Esa estrategia de la araña avanza, con toda comodidad y sin pagar apenas costes, ante la increíble inacción de quienes tienen, pero no cumplen, la obligación política de garantizar el imperio de la ley. Es decir, ante la vergonzosa desunión de los partidos constitucionalistas; ante el descarado cinismo de los líderes del PSOE y Ciudadanos, gallitos de boquilla con una retórica tan ampulosa como huera frente al secesionismo, como lo prueba su decisión de que España siga sin un Gobierno sólido que pueda hacerle frente; y, en fin, ante la manifiesta debilidad del propio Gobierno, que parece no tener otra estrategia que la de acudir al TCE cada vez que el secesionismo avanza un paso más hacia su meta: un juego del gato y el ratón, en el que, nadie lo olvide, el secesionismo oficia de gato y el Estado democrático de ratón progresivamente acorralado.

Clara ya la estrategia de los separatistas -hacer imposible, cuando llegue el momento, la respuesta del Estado democrático, por excesivamente costosa socialmente- queda solo un modo de combatirla de verdad: parar en seco ya -¡y ya es ya!- el desatino delictivo de la rebelión independentista con todos -¡y todos son todos!- los instrumentos previstos en nuestra Constitución y nuestras leyes. No hacerlo hoy nos obligaría mañana a tener que adoptar decisiones que nadie quiere ahora ni siquiera imaginar.