Imperia

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

27 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Mientras los fanáticos siembran el mundo de cadáveres, el miedo va tomando posiciones. Así, con verdades a medias, grandes dosis de realidades virtuales, masacres que se olvidan al instante y mercancías ideológicas ad hoc se va cocinando el guiso apetitoso para la mesa de los Trump, Nigel Farage y compañía. Y nosotros en nuestras aldeas medio abandonadas, a quemar pólvora pagada con el subsidio de jubilados, como si la caja de las pensiones rebosase, o a dejar los campos de las verbenas como si por ellos pasase Baco en su frenesí interminable. O a entretenernos con el traje de 1.360 euros de Melania Trump, que en los rincones escondidos babea por Michelle Obama. Es el dedo que nos dirige al abismo, como si el ser humano no viniese con suficientes desgracias de serie. A los más viejos de Malpica aún les suena la vivida por Balvina un día de julio de 1899. Su marido y sus tres hijos salieron a faenar en una lancha de vela. Nada más se supo de ellos. Sus niños, de 12, 18 y 20, y su esposo, ya nunca regresarían. Enloqueció y cada mañana salía a buscar los cadáveres por la costa. Luego iba enterrando en el huerto los huesos que hallaba. Una cruz recuerda la desgracia en un precioso paraje del litoral malpicán con un conjunto de molinos sentados frente al mar. La mirada perdida de Balvina sigue sin respuesta. En los tiempos del autismo digital, las historias profundas pasan desapercibidas o quedan detrás del telón del espectáculo. Como si volviese el Attila Mallachini de Novecento a reventar con la cabeza gatos contra un poste y una pandilla de desdentados les ríen la gracia. Y, mientras, el poder temporal y espiritual subidos impúdicamente a las manos de Imperia, la voluptuosa cortesana esculpida por Peter Lenk que da vueltas en el lago de Constanza ajena a los sufrimientos y a los anhelos de la humanidad.