Terceras elecciones

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

24 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuanto más se desgañitan nuestros políticos diciendo que no quieren unas terceras elecciones, más parecen afanarse en provocarlas. Es un estúpido juego. Pero la realidad es que no deberían jugar con las cosas de comer, porque aquellos que propicien lo que dicen no desear (esas terceras elecciones) serán las víctimas propiciatorias, los que saldrán más abrasados de esa nueva cita, en el malhadado caso de que se produzca. ¿A qué juegan tan desvergonzadamente nuestros políticos? A sacar tajada de la situación de un modo fatuo y sin el menor respeto por nosotros, los votantes. Me parecería justo, si llegan esas terceras elecciones, que nos negásemos a darles nuestros votos a quienes las provoquen. Porque ya se ve lo que hacen con ellos y lo poco que se los merecen. Hemos podido entender en el pasado a políticos tan distintos como Adolfo Suárez, Felipe González, Manuel Fraga, Santiago Carrillo, Aznar, Zapatero, etcétera, pero no es tan fácil entender ahora a la mayor parte de quienes los heredaron y encabezan sus partidos. Los veo aparecer en los medios y me sumen en la perplejidad. No soy capaz de adivinar hacia dónde quieren ir ni por qué. ¿Alguno de ellos guarda un as en la manga? Nuestra desafección sería lo natural en estas circunstancias y, sin embargo, es lo que no debe producirse en ningún caso en una democracia, por el bien de todos.

Los pueblos también tienen, mediante sus votos, la capacidad de corregir y dirigir su política y, por supuesto, castigar o apartar a aquellos líderes que solo persiguen sus propios intereses, con total desprecio por las necesidades del pueblo al que le piden su apoyo. ¿Habrá terceras elecciones? Lo ignoro. Pero sé que debe ser castigado quien nos obligue a repetir de nuevo la misma votación de hace ya no sé cuántos meses. Dialoguen, señores políticos; desciendan de sus poltronas, miren los datos y acuerden lo que puedan y crean mejor. No quieran enmendarnos la plana con la vana esperanza de que acabaremos votando lo que cada uno de ustedes quiera. Porque eso es imposible en libertad. Hoy, como ayer, el enemigo más temido de la democracia es la demagogia. No caigan en ella. Miren sus votos y busquen acuerdos. Y sírvannos. Se trata solo de esto.