Retorcer el resultado o respetar la voluntad del pueblo

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

27 jun 2016 . Actualizado a las 08:34 h.

Hay una constante que define todas las noches electorales, se trate de los comicios de que se trate. ¿Cuál? Es fácil: que todos los líderes políticos, poniendo cara de póker, sostienen que han ganado. Pues bien, salvo situándose en la más absoluta desvergüenza, la noche del 26 de junio ha dejado meridianamente claro quiénes han ganado y quiénes han sido derrotados. No existe al respecto duda alguna.

Ha perdido en primer lugar la coalición entre Podemos e Izquierda Unida que no consigue ninguno de los dos objetivos perseguidos: ni Unidos Podemos ha logrado colocarse por delante del PSOE (el famoso sorpasso que pronosticaban, equivocándose, todas las encuestas), ni la suma de los unos y los otros les permite gobernar, salvo haciéndolo con el apoyo de los independentistas catalanes. La situación no difiere de la que se planteó tras las elecciones de diciembre y es de esperar que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, Pablo Iglesias y Pedro Sánchez hayan aprendido la lección y no vuelven a someter al país a la tortura de un guerra de guerrillas de simulaciones y mentiras como la que terminó, varios meses después, como el rosario de la aurora: con la repetición, por primera vez en democracia, de unas elecciones generales.

Ha perdido, en segundo lugar, el Partido Socialista y de forma muy especial Pedro Sánchez, el líder que lo ha conducido, con una política verdaderamente enloquecida, a una auténtica debacle: los socialistas bajan respecto de su peor resultado de la historia y no pueden pretender de ningún modo gobernar cuando el ganador les ha sacado más de medio centenar de escaños de ventaja y más de diez puntos porcentuales de voto popular. Porque una cosa es que el sistema parlamentario permita diversas combinaciones de Gobierno, en función del reparto de los escaños, y otra muy distinta pretender retorcer esos resultados, como quien retorciera un trapo sucio, para darle la vuelta a la voluntad del pueblo.

Y ha perdido, en fin, por supuesto, Ciudadanos, que paga con una merma de votos y de escaños su oportunismo y la traición de la que era la suposición que habían hecho la mayoría de quienes lo votaron en diciembre: que apoyaría al partido más votado, si ese partido era el PP, en lugar de embarcarse en una ridícula y desastrosa operación para tratar de sacar presidente a quien tenía 90 escaños en una Cámara compuesta por 350 diputados.

La conclusión sobre quién ha ganado se deriva, claro está, de todo lo apuntado: que en la peor coyuntura imaginable, el PP se supera a sí mismo, aumenta sustancialmente su número de votos y de escaños y lo hace por encima con toda claridad de los que ha perdido Ciudadanos. Esa victoria convierte su derecho a gobernar en sencillamente indiscutible. Ponerlo en duda abriría una crisis política en España que pondría en entredicho las bases mismas sobre las que se sostiene el sistema democrático. Por el bien de ese sistema y el de España hay que esperar que todo el mundo respeta la decisión que ayer tomó libremente el cuerpo electoral. Es decir, el pueblo soberano.