Resulta curioso que el líder político peor valorado sea precisamente el presidente en funciones del Gobierno, Mariano Rajoy, y que el mejor evaluado sea quien nunca va a llegar a ser presidente, que no es otro que Alberto Garzón. Y resulta también llamativo que la actuación de todos los candidatos el próximo 26J, a excepción del propio Garzón, merezcan un suspenso. Lo que los españoles pensamos de nuestros líderes resulta desalentador.
Nos lo contó ayer mismo el CIS al que, ahora que se avecinan tiempos de mudanza y que parecemos dispuestos a acabar con chiringuitos como diputaciones o Senado, deberíamos plantearnos meter en el mismo paquete porque siempre llega tarde para decirnos lo que cualquiera de nosotros sabría con solo apostarse en la barra de una cafetería o en un breve paseo.
Pero mientras lo tengamos, rentabilicemos lo que nos cuesta. Y saquemos nuestras propias conclusiones. Porque ¿con qué fuerza moral repiten como candidatos quienes son incapaces de merecer en su comportamiento aunque solo sea un 5 sobre 10 de los ciudadanos? ¿Qué van a decirle a un país en el que tres de cada cuatro entendemos que los políticos no se preocupan de lo que pensamos los fogoneros y que estén quienes estén en el poder siempre buscan sus intereses personales? ¿No tienen la dignidad suficiente para darse por enterados de lo que pensamos la mayoría y dar un paso atrás? ¿Qué nos garantiza un Gobierno presidido por quien logra la peor valoración, un 3,4 sobre 10?
Si nos guiamos por el CIS, y deberíamos de hacerlo mientras lo mantengamos abierto, habría que inhabilitar a quienes, un sondeo tras otro, no logran alcanzar nuestra mínima confianza. Hace tiempo que quedaron instalados en el rechazo masivo. Pero ellos no se enteran. O no quieren percatarse de que los consideramos unos incapaces.