Coraje, señor Sánchez, coraje

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

29 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La capacidad de batir récords que ha demostrado Pedro Sánchez desde la celebración de las elecciones ha resultado tan excepcional que pocos políticos españoles merecen, como él, entrar en el famoso Libro Guinness.

En cuatro meses y seis días, Sánchez condujo al PSOE a su peor derrota electoral; fue el primer líder que se ofreció al rey como candidato sin haber tenido la prudencia de asegurarse previamente la mayoría para ser elegido presidente; se convirtió, como consecuencia de tal irresponsabilidad, en el único político que no logró ser investido; abortó, movido solo por sus intereses personales, cualquier posibilidad de hacer Gobierno; y, para rematar tal cadena de descalabros y dislates, se empeñó en sacar adelante un acuerdo con Podemos y Ciudadanos que, con todo lógica, no aceptaron ni Iglesias ni Rivera, lo que no impidió a Sánchez tener al país engolfado cerca de dos meses con el cuento de la lechera del pacto transversal.

Por si no bastase todo lo anterior para dejar a un político acabado, Sánchez abrió una brecha inmensa en su partido, muchos de cuyos dirigentes, temerosos de que su ambición lo llevase a pactar con el secesionismo, le fijaron líneas rojas que no podría traspasar. Pero Sánchez ha hecho al PSOE un daño formidable no solo por ello, sino también por la imagen de oportunismo que ha transmitido al ofrecerse como presidente de un Gobierno formado con Ciudadanos y Podemos, cuyas diferencias siderales en muchas esferas son irreconciliables en las dos hoy primordiales de la política española: la economía y la organización territorial. ¿Cuáles son ahí las posiciones del PSOE? ¿Las de Ciudadanos? ¿Las de Podemos? ¿Las de los dos al mismo tiempo? ¿Ninguna de las dos? ¡Quién lo sabe! Desde luego, Sánchez no, como corresponde a quien lleva el oportunismo metido en su médula ideológica.

Pedro Sánchez es hoy, en suma, un político acabado, del que no se fían en su partido y que no puede ver, y al que no pueden ver, ni Rajoy, ni Iglesias, socios necesarios para cualquier fórmula futura de gobierno por la derecha o por la izquierda. Él sabía que su carrera política dependía enteramente de la posibilidad de convertirse en presidente tras las elecciones del 20D y por eso lo intentó con tanta desesperación como falta de pudor, motivo por el que hoy es percibido, de forma muy mayoritaria, como el gran perdedor del estrafalario proceso que hemos vivido en los cuatro últimos meses.

Su inmensa bancarrota debiera ser, en consecuencia, el paso previo a una lógica y necesaria retirada que resultaría muy positiva para él, para el PSOE y para España. Porque cuando uno se juega el todo por el todo y no le sale la apuesta, tiene que marcharse. Es verdad que para ello hace falta coraje, mucho coraje en realidad. De hecho bastante más que para seguir cuando ya no queda otro motivo para hacerlo que el terrible vértigo que siempre produce retirarse. Ya conocemos al político, pero ahora veremos, de verdad, de qué pasta humana está hecho Pedro Sánchez.