Lo que está ocurriendo en Siria es un desastre propio de una guerra civil con múltiples bandos enfrentados: unos en lucha por el poder, otros para quedarse un trozo de tierra donde declarar un Estado independiente, como los kurdos, luego están los que luchan por la defensa de una secta religiosa y finalmente intervienen las potencias exteriores, que defienden a un bando u otro, y se aprovechan para ganar influencia geoestratégica en la región, a la vez que promueven conferencias de una paz imposible, en medio del caos creado por ellos mismos.
Así, mientras en Ginebra negociaban la paz, por medio de una tregua rota, en Siria continúan las operaciones bélicas, para conquistar importantes reductos, como Palmira primero a los yihadistas del Estado Islámico, y ahora el importante enclave de Alepo, donde todavía resisten los combatientes rebeldes. En medio de este verdadero embrollo, donde unos combaten mientras otros negocian una paz imposible, el Gobierno organizó unas elecciones parlamentarias, pero solo en los territorios afectos. Tratando así de demostrar normalidad en medio del caos interior, mientras en el exterior los refugiados imploran un asentamiento de acogida para que las familias encuentren la paz perdida.
No se comprende que en el tiempo que vivimos, con organizaciones internacionales que dicen promover el ordenamiento pacífico entre los pueblos, todavía se permitan situaciones desastrosas como las que ocurren en algunos países de Oriente Medio. Esto da mucho que pensar.