Nuevas elecciones: ¿la culpa fue del chachachá?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

13 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Salvo componenda de última hora, el anuncio de la nueva ronda de consultas del rey para finales de este mes confirma que el 26 de junio volveremos a votar. Aunque de ahora a entonces queda mucho tiempo, el que resta hasta la convocatoria electoral y, con toda probabilidad, el inmediatamente posterior, se consumirá en una gresca sin cuartel destinada a fijar quién ha sido el gran culpable de que finalmente no haya podido formarse Gobierno en los cuatro meses y medio transcurridos entre el 20 de diciembre, cuando se celebraron los comicios, y el 2 de mayo, cuando, como es casi seguro, se disuelvan las Cortes Generales.

Los partidos se echarán la culpa unos a otros y muchos analistas se la echarán a todos en mayor o menor grado, lo que servirá para esconder un hecho que considero incuestionable: que ha sido Pedro Sánchez, con grandísima diferencia, no solo el principal responsable de que haya nuevas elecciones, sino también de que estas tengan lugar mucho más tarde de lo que, de no haber sido por su disparatado empecinamiento en llegar a presidente ¡con 90 diputados!, podían haberse celebrado.

Sánchez decidió en primer lugar, el propio 21 de diciembre, que no habría Gobierno de gran coalición con el PP, pues tal alternativa lo dejaba fuera de la carrera por sentarse en la Moncloa. Tal decisión hacía imposible que el Gobierno en funciones repitiera, por lo que, con gran sentido de la responsabilidad, Rajoy renunció, como era su deber, a intentar una investidura que no tenía medio alguno de ganar.

Desbancado, de ese modo, el vencedor de los comicios, Sánchez se aprestó a ser nominado candidato por el rey, aunque el mismo día que lo logró cerró también el paso a la única mayoría alternativa a la gran coalición: la de toda la izquierda con el apoyo, activo o pasivo, de los secesionistas. Pero ojo: Sánchez no actuó motivado por sus diferencias con Podemos o para eludir el apoyo del independentismo, sino porque quería gobernar con el sostén de todos pero sin compartir el Gobierno con ninguno. Una pretensión esa tan desmesurada como lógica la exigencia de Podemos de entrar en el Ejecutivo, aunque Iglesias la expresase con el estrafalario estilo que en él ya es habitual.

Cerradas pues por Sánchez, debido a su sola y exclusiva conveniencia, las dos únicas posibilidades de formar una mayoría, el líder socialista, es cierto que con el imprescindible -e inexplicable- apoyo de Ciudadanos, se embarcó primero en el esperpento de una investidura delirante (¡con 130 diputados!) y, tras su estrepitoso fracaso, en el desvarío de un imposible pacto transversal (PSOE-Podemos-Ciudadanos), cuento de la lechera con el que, durante semanas, engañó a millones de españoles, mientras lo utilizaba para tratar de consolidar su liderazgo en el Partido Socialista.

El resultado del demencial fiasco que Sánchez ha protagonizado está a la vista: el líder del PSOE ha tenido toda la cancha de la investidura para el solo, no ha dejado jugar a nadie, se ha cansado de chupar balón y no ha conseguido encestar nunca. Si no hay Gobierno, la culpa no será del famoso chachachá de Gabinete Caligari.