La injusta destrucción de Gómez Besteiro

OPINIÓN

19 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Soy consciente de que la dimisión de Besteiro es interpretada como un triunfo de la justicia y la ética política por la práctica totalidad de los ciudadanos. La grave situación por la que estamos pasando, llena de datos tan objetivos como terribles, tiene hipersensibilizada a la gente, hasta hacerle creer que cada cabeza cortada es un paso hacia la regeneración democrática. Y por eso hemos llegado a una lamentable transformación del principio in dubio pro reo por el lamentable in dubio contra reo que le aplicamos a los políticos, cuyas consecuencias pueden ser más espantosas y duraderas que la corrupción misma.

También soy consciente de lo impopular que resulta contradecir este sentir general que insistentemente contradigo. Y no por conocer a Gómez Besteiro más allá de lo que todo el mundo sabe, sino por creer que este modo de actuar es radicalmente injusto en términos procesales y políticos, y una degenerada utilización de la opinión pública para conseguir objetivos turbios y de corto alcance. No creo que los políticos deban ser tratados inquisitorialmente, con investigaciones casi siempre prematuras, poco fundadas, irresponsablemente mediáticas y escasamente matizadas, que devienen en sumarios sempiternos que con frecuencia terminan en faenas de aliño.

Pero lo que peor me parece es que la más noble de las actividades del hombre, el servicio político, se haya degradado hasta ser tenido por intrínsecamente sospechoso y corrupto. Y que los políticos solo se atrevan a comparecer ante los ciudadanos a la defensiva y exigiendo para sí mismos los juicios paralelos, mediáticos y sumarísimos que los liquidan -preventivamente- por menos de lo que vale un peine.

Líbreme Dios de eximir a los políticos de responsabilidades y dimisiones. Lo único que pido es que su responsabilidad ética y política sea exigida de acuerdo con sus propios códigos y procedimientos, sin que el ejercicio de la política quede al albur de decisiones judiciales de trámite que, sin mediar una sentencia con garantías plenas, influyen sobre la vida pública y económica del país más que la política misma.

La vía elegida para combatir la corrupción, cuya esencia consiste en meter todo el control de la política en una vía penal desmesurada y trapalleira, está sirviendo de involuntario aspersor de podredumbre, que impide la gestión normalizada de la política sin convencer a nadie de que la ley se aplica con rigor y madurez y con los ojos vendados. Por eso me opongo a estos autos de fe como los que han liquidado a Besteiro. Y por eso deseo que el ya militante de base sepa descansar de tanta tribulación mientras espera que -antes de 20 años- se cierren sus casos. Aunque lamento mucho que, con una actitud irreflexiva y muy populista, el propio Besteiro haya contribuido a acumular la leña con la que ahora lo queman.