El eje del progreso, qué ironía

Andrés Precedo Ledo CRÓNICAS DEL TERRITORIO

OPINIÓN

03 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Me resulta inevitable revivir en la memoria aquellas declaraciones que hacía el entonces presidente del Gobierno español, José María Aznar, afirmando con ampulosidad que el futuro de España se reflejaba en lo que el denominaba «el eje del progreso». Era la imagen del desarrollo moderno, del crecimiento expansivo, de la vanguardia y de la internacionalización. Era el futuro ejemplar que su Gobierno garantizaba al resto de las comunidades autónomas. ¿Y qué regiones formaban parte de ese ejemplarizante eje del progreso español? Muchos aún las recordarán: Madrid, Valencia, y Baleares. A ellas se añadía, con otra voz pero con el mismo argumento, la floreciente Cataluña dirigida por el clan de los Pujol. ¿No resulta irónico con la perspectiva actual que esas fueran las comunidades modelo para las demás? Claro que si quisiéramos buscar una imagen todavía más representativa de la España política de entonces, nos bastaría con revivir aquel estrafalario e inoportuno desfile de invitados a la boda de la hija de un presidente que debió creerse rey. Ahora la mayoría están en la cárcel o imputados. De ahí arranca la estrategia de las tramas corruptas financiadoras del partido, y de los miembros del partido cercanos al núcleo duro del poder. Esa estrategia cuyo resultado estamos viendo ahora con una indignación y un asombro que no decaen por mucho que los hechos se repitan.

Pero hay más. En una visita a Santiago, el propio Aznar afirmó que Galicia debería sumarse al eje del progreso. Y casualmente, en aquellos años empezó a levantarse la Ciudad de la Cultura, otra de las grandes ironías de un tiempo que aún no terminó. Menos mal que nuestra tierra se mantuvo a un lado del famoso eje, salvo en lo que al Gaiás concierne, y por eso pudimos alinearnos con el resto de las comunidades autónomas, muchas también gobernadas por el PP, que se resistieron a la implantación de una corrupción intrínseca al sistema. Una ironía de progreso que, como era de esperar, al no rectificar a tiempo, fue la causa principal del cambio electoral, del fin de las mayorías dominantes, del imperio de una partitocracia antidemocrática, y de la renovación o regeneración democrática, cuyo difícil camino empezamos a andar. Y es una buena lección para todos. Porque los abusos de los Gobiernos y la concentración del poder son la senda por donde más fácil entra la corrupción.