Pedro Sánchez, el prestidigitador

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

01 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace años conocí a un tipo genial. Pretendía fundar una empresa, pero no disponía del capital necesario para ello. Aquel hombre, dotado de una labia extraordinaria, se lanzó a buscar socios. Cada vez que convencía a alguien de que su idea les haría millonarios, le vendía una participación del 20 % de la futura sociedad. A cada uno de ellos le aseguraba que sería su socio principal. Cuando los incautos que le habían entregado su dinero se juntaron un día para exigirle que rindiera cuentas, se percataron de que entre todos ellos sumaban un 180 % de la empresa. Algo no cuadraba. Aquello acabó mal.  

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, se sube hoy a la tribuna del Congreso con el propósito de perpetrar una estafa similar a la de mi excéntrico amigo. Disponiendo de tan solo 90 diputados, es decir, el 25,7 % de los 350 escaños, pretende convertirse en presidente del Gobierno. Y como los números no salen, intenta un tocomocho. De momento, le ha vendido ya a Albert Rivera, con contrato de por medio, una participación en el negocio. A cambio de sus cuarenta votos, Ciudadanos asegura que ha comprado el 80 % del programa de Gobierno. Sánchez disponía así de 130 votos, pero solo le quedaba el 20 % del programa para vendérselo a alguien y lograr los 46 que faltan para la mayoría. Y, ante ese atolladero, ayer planteó una verdadero timo.

Con los cuarenta votos de Ciudadanos en la mano, le propuso a Pablo Iglesias venderle a cambio de sus 65 escaños la misma mercancía que ya le vendió a Rivera, ocultando la parte que sabe inasumible y tergiversando el resto para que diga en un papel lo contrario que en el otro. Y luego ya veremos. El problema es que si les vende a ambos el mismo 80 % para que sean sus socios, suman ya el 160 %. Y si Sánchez pretende aportar al menos la mitad de su programa  de Gobierno, nos iríamos al 210 %. A Iglesias no le ha hecho falta ver ninguna serie para comprender que le querían desplumar.

Al líder del PSOE hay que reconocerle aplomo para llegar vivo a este debate de investidura habiendo obtenido el peor resultado de la historia del PSOE. Pero su estrategia trilera para conseguirlo, a base de engañar a unos y a otros, incluidos los militantes socialistas, a los que pidió su aval para hacer una cosa y ahora quiere utilizar para hacer justo la contraria, lo emparienta con aquel Artur Mas que se autodenominaba «el astuto», porque se creía capaz de embaucar a todo el mundo, y que hoy sin embargo duerme el sueño de los justos. 

Al prestidigitador Sánchez se le han acabado ya los naipes. Pretender que el PP, que ganó las elecciones, se abstenga para que gobierne el segundo en alianza con el cuarto es una tontería que no merece un análisis. Y creer que Iglesias se abstendrá para hacer a Sánchez presidente, a Rivera vicepresidente y a Rajoy líder de la oposición, quedándose él en tierra de nadie, es tomarlo por idiota. Como no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo, el negocio de Sánchez, como el de mi amigo, acabará mal.