El dedo irredento

Francisco Ríos Álvarez
Francisco Ríos LA MIRADA EN LA LENGUA

OPINIÓN

27 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El portavoz del partido A en un ayuntamiento gallego la tiene tomada con una concejala del partido B. La tensión alcanzó un punto crítico cuando en una sesión plenaria de la corporación puso toda la acrimonia de su verbo en «el dedo irredento» de la señora en cuestión. Desde entonces nos cuesta conciliar el sueño por la incógnita, irresoluta, de qué carácter atribuía el edil al apéndice de su vecina de poltrona.

Irredento se dice sobre todo de un territorio que alguien pretende anexionarse alegando razones históricas, de lengua, etcétera (la Italia irredenta). Aplicado a un dedo, más parece conllevar el significado de ?necesitado de redimir, de librar de una carga?. Podría ser de una penitencia si el dedo en cuestión fuese el digitus infamis o digitus impudicus. Pero este es el cordial, corazón, del corazón o de en medio, y algo nos dice que el portavoz que sacó a relucir el dedo irredento de su compañera se refería al índice, también llamado dedo mostrador y saludador. Es dedo útil para la comisión de pecados, desde algunos que pertenecen al ámbito de lo privado, como meterlo en la nariz, hasta otros frecuentes en la política, los de hacer omisión de la competencia en la designación de personas para empleos y cargos.

Por aquí iba el portavoz del partido A, que acusó a su compañera de corporación de meter a dedo en el ayuntamiento a once personas: «El único mérito para que estos señores entraran como personal laboral indefinido a trabajar en este ayuntamiento fue el dedo irredento, no sé si el pulgar, el índice o el meñique, de la señora X, y por eso está judicializado el asunto».

¿Quizá el portavoz del partido A quiso hablar de dedo incorrupto cuando le salió irredento? Porque, al contrario que los irredentos, abundan los dedos incorruptos. Algunos son reliquias, caso de los que se atribuyen a san Juan de la Cruz, santa Teresa o santa Catalina. Otros se aproximan a esa condición, como alguno de Galileo que aún se expone por ahí. Y otros son míticos, como el de don Mariano, que designa incansable y no se corrompe ni con la peste que impregna el ambiente político.

A los índices -los furabolos gallegos- de los políticos aficionados a designar según su personal criterio o su igualmente personal capricho suele caerles el adjetivo incorrupto, quizá para significar que no necesitan alegar más derecho que la santidad que emana de sus dueños. Por eso los palmeros de estos cantan la copla: «Tienes mucha fantesía / y te ties que queá / señalando con er deo / como se quedó san Juan».