Mientras nos reponemos del disgusto que nos supuso la dimisión en pequeñito, o minidimisión, de Esperanza Aguirre, podemos ir haciendo cábalas sobre lo que nos puede ocurrir si, como parece a día de hoy, las fuerzas políticas no llegan a un acuerdo para formar Gobierno y, lo que es más importante, para poder gobernar, y nos vemos abocados a acudir a las urnas el 26 de junio.
Y a nada que uno analice lo que se nos viene encima, veremos que podemos pasarnos los próximos diez años repitiendo una y otra vez las votaciones, sin que nuestros señoritos sean capaces de alcanzar un acuerdo para la gobernabilidad. Porque, si como parece, las variaciones fueran mínimas, con el mismo reparto de escaños a izquierda y derecha, volveríamos a repetir los espectáculos circenses que estamos viviendo. O el Partido Popular alcanza una mayoría absoluta o tendría que volver a negarle el saludo a quien encabeza la segunda opción y es designado a formar Gobierno. Y Rajoy, si se mantiene en el cargo, se vería rechazado nuevamente por las demás fuerzas.
Pero pongámonos en otra hipótesis. Aceptemos que Podemos busca una nueva consulta, convencido de que superará al PSOE, y así podría ser designado para formar Gobierno. ¿Con quién? ¿A quién le va a pedir el voto a favor o la abstención? ¿A los socialistas, a los que no apoyan ahora? ¿Se creen los de Podemos que los van a apoyar los mismos que ellos rechazan?
Queda un camino abierto, que será convocar nueva consulta. Y volver a repetir el escenario. Una y otra vez, y así eternamente.
A este paso, va a llegar el año 2025 y seguiremos instalados en el «yo contigo no hablo» y en el «yo nunca pactaré con ellos». Que es donde estamos ahora.
Porque los españoles dijimos claramente lo que queríamos, pero ellos son incapaces de responder a nuestros deseos. Porque les importa poco lo que pensemos y decidamos.