La caída de Aguirre arrastrada por sí misma

OPINIÓN

15 feb 2016 . Actualizado a las 10:17 h.

En su condición de personaje político Esperanza Aguirre tiene tres momentos distintos. El primero es el de la tontita de la alta sociedad madrileña, condesa consorte de Bornos -con grandeza de España-, y sucesora -por su paralelo histórico- de Beatriz Galindo (La Latina), que en 1491 también se convirtió en vizcondesa consorte de Bornos por su matrimonio con Francisco Ramírez de Madrid. Durante este período (1983-1999) la señora Aguirre fue concejala de Madrid durante trece años, y ministra de Educación y Cultura de Aznar, en el que alcanzó fama de ser errática e incompetente, y solo sirvió -en la misma línea que Fernando Morán- para ponerle gracia y figura a los chistes burlones que por entonces se hacían.

En la segunda etapa, en la que ocupa la presidencia del Senado (1999-2002), y de la Comunidad de Madrid (2003-2012), la señora Aguirre y Gil de Biedma cambia de registro, y se convierte en la referencia más clara de este PP que, tras el ínterin del zapaterismo, llegaría a ser el partido más poderoso de la actual democracia, y el que, con Rajoy al frente, iba a plantarle cara a la crisis. Al contrario que en su primera etapa, doña Esperanza se mostró como una lideresa indiscutible, tanto en el campo electoral (una mayoría relativa y tres absolutas en Madrid), como en el campo ideológico neoliberal. Y, pese al traje a medida que se le hizo a posteriori, en el marco de la crisis, cuajó una exitosa labor de gobierno que fue clave para la victoria del PP en el 2011.

La tercera etapa, la más polémica, estuvo marcada por su enfrentamiento abierto y fracasado con Mariano Rajoy en el congreso de Valencia. En el intento de culminar su carrera como presidenta del Gobierno nació el teatral personaje que ahora dimite y se derrumba, no tanto por su trayectoria, como por haber tomado todas sus decisiones y actitudes con la obsesiva intención de marcarle el camino a Mariano Rajoy. Con esa finalidad fue asumiendo riesgos y autocríticas en los casos Gürtel y Púnica, y forzando su candidatura a la alcaldía de Madrid, hasta convertirse en un número suelto e incómodo del PP de hoy.

Por eso dimite Esperanza Aguirre. Para decirle a Rajoy que cobarde el último y que así se hace, y arrastrada al abismo por el personaje de lideresa que poco a poco se fue creyendo. Y por eso me temo que, aunque es posible que Aguirre tenga razón en que así se asumen responsabilidades, esta caída sea su tercer fracaso frente a la esfinge Rajoy, que debe respirar aliviado por el suicidio -bastante esperado- de tan incómodo personaje.

Mi opinión, no obstante, es que era una política de pies a cabeza, y que, si no vuelve a rebelarse contra su propio destino, tendrá una historia muy confortable. Aunque debo confesarles -para que vean que nada le debo- que nunca la vi en persona, ni tuve el gusto de hablar con ella.