Cuando las barbas de Tsipras veas cortar...

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

14 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Cómo era? Ah, sí, ya lo recuerdo: «El líder del proyecto más ilusionante y renovador del progresismo europeo frente a las salidas antisociales de la crisis económica». Así definía no hace nada a Alexis Tsipras la izquierda exquisita, aquí representada sobre todo por Podemos, IU, y la extrema izquierda nacionalista. Esa ilusión, tan huérfana de todo fundamento como la que antes había asignado idéntico papel a Hollande en Francia y ahora se lo atribuye a Costa en Portugal, se ha hecho trizas con la misma brutalidad con que este viernes se enfrentaban en Grecia a palastrazos los agricultores, que protestaban contra la subida de impuestos decretada por el Gobierno de Syriza, y la policía, que trataba de evitar que tomasen por la fuerza el correspondiente ministerio.

Y es que, como antes Hollande y muy pronto Costa (¡y si no, al tiempo!), Tsipras ya no jalea a quienes antes salían con él a la calle a protestar contra los recortes un día sí y otro también, sino que ahora decide los recortes y dirige a la policía que le zurra la badana a los que hacen lo que, prácticamente antes de ayer, hacían él y su partido.

Pero nuestra izquierda exquisita, que ha leído poco a Bobbio y mucho a Krugman, nada quiere saber de «las duras réplicas de la historia» de las que hablaba el gran filósofo italiano. La izquierda exquisita nunca se equivoca y, por tanto, el giro de Syriza no es, según ella, más que el fruto de una democracia tutelada por las imposiciones de la troika y el Gobierno de Alemania.

Por tanto, ni los recortes tienen que ver con la desnuda realidad de que los bancos que prestan el dinero a los países no son, ¡ay!, asociaciones benéficas, ni tiene ninguna relevancia el hecho de que sin la UE Grecia estaría hoy en bancarrota y los griegos quizá caminando hacia la hiperinflación de Alemania durante la República de Weimar, cuando un periódico llegó a costar ¡cinco millones de marcos! (léase, sobre esa tragedia, Cuando muere el dinero, el estremecedor estudio de Adam Fergusson). Sí, la izquierda exquisita nunca se equivoca y, por tanto, nunca aprende.

Y así, desconociendo la historia de su país y su partido entre 1982 y 1986 o entre el 2010 y el 2011, Pedro Sánchez no quiere enterarse de que, si llega al Gobierno -cosa que solo podrá hacer con el abrazo del oso de Podemos y demás miembros del camarote de los Hermanos Marx-, se convertirá más pronto que tarde en el Tsipras español. Pero no en el que se manifestaba en la plaza Sintagma, sino en el que ahora ordena los recortes. Será entonces cuando Pablo Iglesias dejará tirado a Sánchez como un trapo (con la misma tranquilidad con que ha olvidado a su antiguo amor heleno), volverá a acusar al PSOE de ser casta y aprovechará la ocasión para tratar de destrozarlo y convertirlo en el Pasok.

Esa es, de hecho, la estrategia de Podemos, que, si finalmente lo hiciera, solo le daría a Sánchez la presidencia del Gobierno pensando en denunciarlo seguidamente por haber incumplido sus promesas. Tal es el juego. Aunque el país se vaya, como consecuencia de él, a hacer puñetas.