Ayuntamiento madrileño: lo grave es el «conceto»

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

10 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Indiscutible verdad: nadie definió mejor que el gran Manquiña, con su reflexión de finísimo estilista («Aquí hay una cuestión: el conceto es el conceto»), la idea motor que permite entender el maremágnum en que naufraga el Ayuntamiento de Madrid. Porque ¿qué tienen en común los escándalos de la famosa cabalgata de Merlín, la obscena retirada de algunos supuestos símbolos franquistas y el ignominioso espectáculo de los titiriteros anarquistas?

Pues el conceto. El que hay detrás de todas esas meteduras de pata, que obligan a Carmena a estar todo el día disculpándose. Un conceto que consiste en la delirante convicción de que el objetivo del poder no es resolver problemas sino administrar sin cesar la ideología sectaria (infantil o indecente) de los que mandan.

Al equipo de gobierno de Madrid la cabalgata puede parecerle reaccionaria: pues bien, sus miembros declinan su presencia y todos tan contentos. Pero, como han de servir a todos los ciudadanos, entre los que hay muchos que, creyentes o no, consideran la cabalgata una respetable tradición, el deber de la corporación municipal es organizarla sin convertirla en una mascarada. Como es su deber distinguir, a la hora de cumplir la ley de la memoria histórica, entre víctimas y verdugos, al margen de que las víctimas sean religiosos carmelitas fusilados por un bando o, por ejemplo, sindicalistas fusilados por el otro. Por eso la retirada de la placa que en un cementerio de Madrid recordaba a los primeros no es un error: es una manifestación de sectarismo ideológico que, a estas alturas (80 años después de comenzada la guerra) resulta una indecencia patológica. Ese mismo sectarismo es el que explica que entre todos los grupos de títeres existentes en España la Concejalía de Cultura madrileña haya elegido a uno relacionado desde hace tiempo con grupos anarquistas, que considera una diversión para los niños ahorcar a un juez, apuñalar a un policía, violar a una monja o exhibir una pancarta con el lema Gora Alka-ETA. Todo, como puede verse, muy educativo.

En realidad, si la propaganda ideológica sectaria fuera un perversión política del Ayuntamiento de Madrid, la gravedad del asunto estaría controlada. Ocurre, sin embargo, que el problema reside en la forma de entender el ejercicio del poder por los grupos emergentes relacionados de un modo u otro con Podemos, convencidos de su superioridad moral y de su derecho a ejercer el más torpe dirigismo autoritario: el que explica también la retirada del busto del anterior jefe del Estado constitucional de la fachada de la casa consistorial ferrolana o la inicial negativa de la inefable concejala de Igualdad del Ayuntamiento coruñés a subvencionar la tradicional carrera de la mujer porque a su excelencia ¡no le gustaba el color rosa elegido por las organizadoras para las participantes!

¿Se imaginan al ideólogo de toda esta bárbara locura de vicepresidente del Gobierno? Tienen razón, es mucho mejor no imaginárselo.