Blanquita

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

07 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

De todas las historias de estos días, la de Blanca Bóveda, la musa de la generación perdida, la bella vilanovesa de premonitorio nombre, ha sido la más reveladora. La peripecia de esta dama blanca, desconocida para casi todos fuera del universo de Arousa, ha transmitido desde el periódico la temperatura de la gente real frente a la sinuosa y agotadora representación en la que vive instalada desde hace un tiempo la política. Cuanto más contundente resuena el testimonio de esta mujer que podía ser tantas otras, más evidente se nos presenta la futilidad de quienes cacarean su preocupación por los ciudadanos cuando lo que en realidad analizan es el movimiento táctico más acertado para que su partido saque rédito de la diabólica encomienda que dejaron las urnas.

Blanquita moría esta semana. Su biografía nos deja el poso amargo que muchas veces destila la vida. Hay grupos de seres humanos a los que la existencia se les retuerce. Muchos de esos vivieron en aquellos conmovedores ochenta y pagaron una factura excesiva. Puede, además, que los muertos fueran los más listos, o los más audaces, o los más sensibles o los más conmovedores. Puede que en realidad esa impresión sea solo nostalgia de la juventud, la fuerza más arrolladora de la naturaleza, letal si no la gobiernas con pulso. Todos los que entonces ya estábamos aquí hemos conocido a muchas Blancas, a heroínas hermosas que acabaron en el suelo de un cuarto de baño o con la demencia primera de aquella extraña enfermedad que un día empezó a llevarse a los que ya habían abandonado el wild side.

Hay historias que son categorías. Hay relatos breves que explican en mil caracteres a toda una generación. Hay narraciones que te instalan en la amargura y te devuelven todas las jugarretas que tantas veces acompañan a la existencia.