El juego de las astucias

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

26 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Consideren ustedes a este cronista como uno de los que entienden que Mariano Rajoy hizo una jugada maestra al declinar la invitación o mandato real de formar Gobierno. Y consideren que tiene alguna lógica formular a continuación varias preguntas elementales: ¿qué se quiere decir al calificar el hecho como una jugada? ¿Cuál es su intención? ¿A quién beneficia? ¿Y cuáles son sus efectos o beneficios para el conjunto del país?

Una jugada, según una de las acepciones de la Real Academia, es astucia y «una acción mala e inesperada contra alguien». Añade María Moliner: «Generalmente en beneficio de alguien». Y el Diccionario Gredos de Sinónimos considera semejantes a jugada la partida y el lance, pero también la faena, la jugarreta, el golpe bajo, la trastada y, en términos más vulgares, absolutamente vulgares, la putada. Este cronista, desde la simpatía con el señor Rajoy, deja el significado en una síntesis: acción de astucia que se convierte en trastada a sus oponentes y beneficia parcialmente a su persona. Si no hubiera declinado, la investidura solo serviría para recibir mamporros de sus adversarios. Si son una docena, una docena serían los discursos de castigo.

Pasados tres días del impacto emocional, tengo tres dudas. La primera, sobre el valor que nuestra clase política da a la palabra verdad. Durante días y semanas, el PP, la presidencia del Gobierno y el propio Rajoy reclamaron su derecho a intentar formar Gobierno por haber sido la lista más votada. Horas antes, un vicesecretario adelantó las líneas maestras del discurso de investidura, que iba a estar cargado de generosidad, entre otras virtudes. Como comentarista de la actualidad política, reclamo el derecho de comunicar a mis lectores que he sido engañado e inducido a análisis erróneos de las intenciones del presidente.

La segunda, que asistimos a un juego de astucias. Va ganando el señor Rajoy por veteranía, experiencia y manejo de los tiempos. Pero los juegos de astucia solo tienen un beneficiario: el que los practica. Incorporarlos como costumbre a la vida pública hace que se cree un clima de desconfianza en las palabras y los hechos de los políticos. A partir de ahora ya no sabemos si algo se hace por astucia o por interés general de la nación.

Y tercera: los beneficios generales solo pueden ser medidos con óptica partidista: descoloca al PSOE. Quizá evite el pacto de izquierdas, pero no resuelve la gobernación. Prolonga la incertidumbre. Coloca al rey en el papel contrario al buscado de seguir el «orden natural» de encargar Gobierno al más votado. Y, si Rajoy no encuentra esos nuevos apoyos que espera, aboca a España a nuevas elecciones. ¿Para qué? Para que después todo siga igual que hoy.