«Novo Jundiña»: el inicio del invierno

José Pino TRIBUNA

OPINIÓN

13 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Incendios, sequía en pantanos y temperatura inhabitual para esta época del año. Se echaba de menos la lluvia. Pero en Galicia, que nadie se preocupe, que más temprano que tarde no quedamos sin nuestra ración de temporales a la carta, convertidos por las nuevas definiciones de fuertes borrascas en ciclogénesis de todos los colores.

Normalmente vamos pasando las inclemencias a golpe de arribadas, cada invierno parece que más habituales, y trabajando sobre la base de alertas amarillas o naranjas. Cuando se produce algún siniestro, es el toque de atención que despierta los sentidos al invierno. Las nuevas tecnologías nos permiten contemplar en el móvil toda la operación de rescate y salvamento desde nuestra propia casa, pero no por eso somos capaces de evitarlas.

Un naufragio con víctimas es una pérdida de vidas humanas, un naufragio sin víctimas te permite contemplar con objetividad la pérdida de una empresa y sus puestos de trabajo. En estos malos tiempos para la lírica marítimo-pesquera, el hundimiento de un barco perteneciente a una mítica compañía coruñesa suena a burla del destino.

Muchas veces discutimos en algunos círculos de qué vive realmente A Coruña. Los que la conocimos en la década de los ochenta, con un Muro repleto a diario de la descarga de una numerosa y muy capaz flota de gransoleros, a los que se unía otra no menos importante flota de arrastreros del día, en barco y camión de toda la cornisa norte gallega, la flota de palangreros a besugo, palometa y merluza, volanteiros de los puertos del Ortegal coruñés hasta los puertos de la Costa da Morte, la flota de gran altura con una Coalsa, la PIG o la Pebsa a pleno rendimiento de bacalao de Terranova o calamares de Boston. Ocupaban la noche en una ciudad que no conocía descanso, la pesca bullía y el entorno del puerto era una California que crecía indirectamente con la fiebre azul y blanca de sus pescados. Trenes, camiones, Tabacalera, hostelería, pertrechos, pescaderías, restaurantes? De un plumazo la plaga bruselística lo engulló. Todo quedó arrasado sin darnos cuenta y sin acordarnos de pelear, de reconvertirnos, dicen los tecnócratas.

De más de cien unidades en 1986 de arrastreros coruñeses de Gran Sol quedan tres. Sí, treinta años después quedan menos del 3 % de lo que había. Y ya ni eso, la mar se tragó el Novo Jundiña, uno de los tres tenores que iban y venían de Gran Sol con la sola preocupación de la venta, cuando, otra burla del destino, la pesca ya no es el principal problema. El Vispón y el Nuevo Mugardos de la casa Planas pierden al tercer integrante del trío que aguantaba contra viento y marea los embates del destino más que del tiempo.

Jundiña era el vapor de madera de 1948 de astilleros Montenegro para Severino Lago; Nuevo Jundiña el gransolero de acero de 1968 de astilleros Santodomingo que pasaría a su yerno, Ángel Ares; Novo Jundiña un moderno rampero de astilleros Armón-Burela del 2001 para pelear en el nuevo milenio contra el poder establecido fuera de nuestras fronteras, bien gestionado por Severino Ares, honrando el trabajo de su padre y el nombre de su abuelo, y que en una fatídica noche del invierno gallego, y a las puertas de su puerto base, se pierde para siempre con sus bodegas repletas del pescado que llevó a esta compañía a figurar en la carta de conocidos restaurantes coruñeses. No pidan nunca más «cigalas do Jundiña» porque les estarán engañando.