Pedro Sánchez se ha ido a Lisboa buscando que el primer ministro Antonio Costa lo guíe en la formación de una gran coalición progresista a la portuguesa. Si Pedro hubiese sido un poco más práctico se hubiese ido a buscar un milagro a Fátima, que le quedaba de camino y en esta época del año no tiene mucha gente. Porque cómo se forma un gobierno de izquierdas, de derechas, de arriba o de abajo, lo sabemos todos; lo que desconocemos es cómo se hace para poner a los socialistas españoles de acuerdo. Eso es un milagro que se nos antoja incluso muy alejado de las gracias de Fátima.
Mucho nos tememos que ni aunque los tres pastorcillos bajaran a tratar de poner orden en las filas socialistas podría salir airoso Sánchez del embrollo en el que está. Mientras el ala derechosa exige que no se hable con Podemos, los izquierdosos piden que se pacte. Y en medio, el pobre Pedro.
El problema de este PSOE no es decidir si gobierna o no; si pacta con Podemos o forma una gran coalición; ni tan siquiera si se celebra el referendo catalán. La cuestión es que desconoce el país, se ha desconectado de la sociedad, vive en la refriega permanente, carece de estrategia, tiene un discurso añejo, se dice de izquierdas haciendo políticas de derechas y no dispone de un liderazgo sólido. O los socialistas se rigen por un proyecto de país, del que carecen, o están condenados a ser residuales. Por eso el viaje a Lisboa está muy bien para darse un atracón de bacalao y de pasteles de nata en Belem. Para todo lo demás, mejor haber ido a Fátima. Aunque también perdería el viaje, porque hay milagros imposibles.